27/09/2025
LA BRUJA DE LOS INFIELES
Una noche me fui de parranda.
En una fiesta conocí a una mujer demasiado bella. De allí salimos y nos fuimos a una habitación. Cuando ella se estaba quitando su última prenda, dejó al descubierto un perfecto cuerpo trigueño. Mi mirada la recorrió desde sus pies hasta su espalda. Ella me daba la espalda.
Después, mi vista se fijó en su lisa cabellera negra, de la que emanaba un agradable aroma a lavanda. Estaba a punto de desvestirme cuando la mujer volteó hacia mí. Mi corazón se detuvo por un segundo y un miedo recorrió todo mi cuerpo dejándome horrorizado: el rostro que aquella chica me mostraba era el de una burra.
Salí como pude de la habitación y me fui directamente a mi casa. Allí estaba Cristina, mi bella mujer, dormida como un bebé. Un profundo sueño era su compañía. Ella, según yo entendía, no estaba al tanto de mis aventuras nocturnas con otras mujeres.
Al día siguiente no pude dejar mi cama. Me sentía agotado, pues toda la noche soñé con ese engendro que había perturbado para siempre mi vida. Sin más remedio, pedí unos días de licencia en mi trabajo, pues un terrible miedo me acosaba día y noche.
En mi mente escuchaba rebuznos, y por las noches veía sombras que se asemejaban a aquella mujer con cabeza de burra. Mi esposa, Cristina, me atendía mientras me preguntaba qué era lo que me ocurría, a lo que yo respondía que solo era estrés.
Pasaron los días de licencia, pero me negué a regresar al trabajo. Las pesadillas no me dejaban dormir. Vivía noches inquietantes, y dondequiera que veía mujeres guapas, sus rostros se transformaban en caras de mulas. La situación empeoró durante la quinceañera de mi cuñada, Soledad. Cada rostro juvenil y bello se convertía en esa máscara horrenda, obligándome a disculparme y marcharme. Cristina, siempre tan comprensiva, aceptó sin hacer preguntas.
Esa noche, Cristina llegó a casa con una sonrisa malévola, distorsionada de un modo que nunca había visto antes en ella.
—Hola, infiel. Ahora eres todo mío —murmuró.
En ese instante sentí que la habitación se oscurecía, como si las paredes absorbieran la luz. Allí lo supe todo: ella ya sabía de mis infidelidades.
Con movimientos lentos y deliberados, Cristina levantó el colchón de la cama y sacó una pequeña muñeca vestida con un traje, pero con un rostro de a**o. El aire se volvió más pesado, más frío; cada palabra y acción parecía desarrollarse a través de un tiempo espeso y distorsionado.
—¿Sabes qué es esto, Braulio? —me dijo, mostrándome la muñeca—. Fui con una bruja y te puse en el camino del espíritu de la Sayona. Una mujer con cara de mula que aparece ante los infieles. ¿Dejarás de ser infiel ahora?
Mi corazón latía tan fuerte que lo escuchaba retumbar en mis oídos como un tambor ensordecedor. Mis acciones me habían puesto en un callejón sin salida, y mi propia esposa me había condenado con algo que no podía comprender del todo.
—¿Cristina… hiciste todo esto? —tartamudeé, sintiéndome enfermo y al mismo tiempo descubierto, desnudo ante ella.
Ella se acercó lentamente y me besó en la frente. Su aliento tenía una mezcla de dulzura y algo más oscuro, indescriptible.
—Así es, querido. Y no tendrás paz hasta que dejes tus malas costumbres.
Desde ese momento me mantuve en un camino recto, aterrorizado de las consecuencias que podría enfrentar si volvía a caer. Me convertí en un hombre de familia, fiel a mi esposa Cristina.
Las sombras que alguna vez me acosaban se desvanecieron poco a poco, pero el recuerdo de aquella noche, y el amor tóxico que llevó a Cristina a hacer lo que hizo, nunca desapareció. Ahora, cada vez que miro a mi esposa, no puedo evitar preguntarme qué otras cosas sería capaz de hacer… por amor o por venganza.
Créditos a su autor.