02/11/2025
Cuando cruzamos el umbral
Regresamos cada año, guiados por el resplandor del cempasúchil.
Sus pétalos dorados son nuestro mapa, un camino de luz que nos conduce hasta ustedes.
El aire huele a tierra, a copal y a recuerdos, y la muerte —esa vieja compañera— nos escolta vestida de gala, con su vestido de papel picado y su sonrisa pintada, porque hasta ella celebra cuando el amor nos permite volver.
Seguimos el aroma que sube desde el altar, ese rincón donde la vida se hace memoria.
Ahí están nuestras fotos, el agua para el camino, el pan que alguna vez partimos juntos, el tequila, el café humeante, la cerveza que tanto disfrutábamos.
Y al probarlos, por un instante, el sabor nos devuelve lo que fuimos: alegría, carcajadas, historias que aún se cuentan.
Sentimos la calidez de sus manos que encienden las veladoras, vemos cómo la llama baila suave, como si también nos reconociera.
Los perros nos olfatean y mueven la cola con ese gozo puro; los gatos ronronean, miran al vacío y maúllan con ternura, porque ellos también saben que estamos ahí.
El viento se cuela por las rendijas, mueve los papeles de colores, acaricia las flores y susurra entre los altares.
Nos quedamos un rato, observando, dejando que sus risas nos abracen, que sus lágrimas nos limpien el alma.
Y cuando el sol comienza a caer, sabemos que es hora de volver.
Nos despedimos con un roce invisible, con un abrazo que se siente más que se ve.
Dejamos nostalgia, sí… pero no dolor.
Porque en ese instante comprendemos que la muerte no nos separa: solo nos enseña a reencontrarnos de otra forma.
Nos vamos despacio, siguiendo el mismo sendero de pétalos que nos trajo, con la esperanza de que el próximo noviembre, cuando enciendan otra vez las velas, ustedes nos esperen —como siempre— en casa.
Redacción: Latido Noticias/LG.
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