14/10/2025
El viol*dor no nace, se forma desde la infancia
Por Redacción Nota Antropológica
En México, hablar de viole*cia s*xual casi siempre lleva la conversación hacia las víctimas. Sin embargo, una investigación reciente realizada dentro de una cárcel de Tlaxcala propone mirar al otro lado: los hombres que cometieron el delito. Desde la antropología social, Renata Monserrat Islas Rojas, egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, decidió entrar al Centro de Reinserción Social para conversar con quienes fueron sentenciados por violación. Su propósito no fue justificar los hechos, sino entender cómo se forma una masculinidad que convierte la violencia en parte de la vida.
El trabajo lleva por título “El vi*lador no nace, se hace”. El planteamiento central es que nadie nace con el impulso de vi*lentar. Lo que sucede es que, desde niños, los hombres aprenden que su valor depende de su fuerza, su control y su capacidad para dominar. Aprenden a mirar el deseo y las relaciones afectivas desde la competencia y el poder. Con el tiempo, ese aprendizaje puede transformarse en un modo de ejercer control sobre otras personas.
La autora parte de un dato que muestra la magnitud del problema, ya que más del 99 % de las personas encarceladas por delitos de agresión s*xual en México son hombres. Este número no pretende señalar una naturaleza vi*lenta, sino recordar que la educación masculina tiene un papel central en la reproducción de la viole*cia.
Los testimonios reunidos dentro del penal permiten ver cómo la s*xualidad de los varones se moldea desde edades tempranas. En muchos casos, la primera experiencia s*xual ocurre bajo presión del grupo o mediante consumo de p * r n* grafía . La idea de “hacerse hombre” se vincula con demostrar deseo y actividad s*xual, aunque eso implique imponer el propio deseo sobre los demás. El cuerpo femenino se convierte en un espacio de validación. Ser hombre, para ellos, significa poseer.
La investigadora describe que el amor y las relaciones también se construyen bajo la lógica del control. Los hombres entrevistados contaron historias donde los celos, las prohibiciones y las agr*siones se entienden como muestras de cariño. Golpe*r, exigir obediencia o vigilar los movimientos de una pareja se percibe como parte del rol masculino. En ese contexto, la viol*ncia deja de verse como un problema. Se vuelve costumbre.
Dentro de la cárcel, Islas Rojas observó otro fenómeno: la negación. La mayoría de los sentenciados asegura ser inocente. Algunos culpan a las víctimas. Otros creen que sus acciones fueron “malinterpretadas”. La negación cumple varias funciones. Protege su identidad dentro del penal, donde los hombres condenados por delitos s*xuales suelen ser rechazados. También evita que se confronten con la idea de haber dañado a alguien. Aceptar la culpa significaría perder la imagen de fuerza que sostiene su identidad.
La autora explica que esta negación no es sólo una estrategia personal. Forma parte de una cultura donde la responsabilidad masculina se diluye entre excusas. El discurso social tiende a justificar o minimizar los actos de violencia s*xual. Se duda de las víctimas. Se les culpa por su ropa, por sus decisiones, por haber confiado. En ese terreno, los agresores encuentran refugio.
El estudio plantea una idea que incomoda, pero que ayuda a pensar el problema de otra forma. La viol*ncia s*xual no es un acto aislado ni un error individual. Es una práctica aprendida en una sociedad que valora la fuerza sobre la empatía, el control sobre el cuidado, la conquista sobre el consentimiento. Desde la infancia, los hombres reciben mensajes que asocian el respeto con la autoridad y el deseo con el poder. Con el tiempo, esos mensajes construyen una masculinidad que puede volverse peligrosa para otros y para sí misma.
Islas Rojas también reflexiona sobre la eficacia del castigo. Las cárceles son espacios donde se concentran las consecuencias, pero rara vez las soluciones. Aumentar las p***s no ha disminuido los delitos. En cambio, trabajar con los hombres privados de su libertad abre una puerta distinta. Permite conocer los caminos que llevaron a cada uno a ejercer la vi*lencia. Desde ahí, se pueden diseñar estrategias para prevenir que otros los repitan.
La autora propone pensar la reinserción social como una oportunidad de transformación. No solo para quienes cumplen condena, sino para la sociedad que los formó. Cambiar la educación sentimental, revisar los modelos familiares, cuestionar las ideas que ligan el poder con la masculinidad. Son pasos necesarios para evitar que la historia se repita.
La viol*ncia s*xual, explica la investigadora, no se sostiene solo en el acto, sino en una estructura que la hace posible. Una estructura que naturaliza la desigualdad y convierte el cuerpo de las mujeres en territorio de dominio. Comprender ese entramado es parte del trabajo que la antropología puede aportar a la prevención.
El mensaje central de la investigación no busca condenar más, sino comprender mejor. Para detener la vi*lencia no basta con encerrar a quienes la cometen. Es necesario mirar los procesos sociales que la generan y reproducen. Entender cómo el poder se vuelve deseo y cómo el deseo puede transformarse en daño.
Fuente:
Islas Rojas, R. M. (2024). El vi*lador no nace, se hace: los claroscuros de la masculinidad y los entramados de la vi*lencia s*xual en las vidas de hombres sentenciados por vi*lación. Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa.
Tomado de: Nota Antropológica