
12/07/2025
Hay obras que si se leen en distintos momentos de la vida se disfrutan de maneras diferentes, en algunos casos puede que se lean por presión social, ya sea las tías que te dan a Cuahutemoc Sánchez (habiendo taaantas cosas y dan eso) o porque en la escuela te "obligan" a leer. Una de esas lecturas obligadas es El retrato de Dorian Gray. Sin duda y mil veces, no, cien mil veces, preferiría que las tías obliguen a leer a Oscar Wilde igual que en las escuelas en comparación a las pupulacheras obras esas del tal Sánchez.
El retrato de Dorian Gray es de esas obras que sí o sí se deberían leer una vez en la vida, además de su tono y ambiente decimononico con esencia de Dumas y la dama de las camelias, de James y su Daisy Miller o de Stendhal y su rojo y negro, en Wilde se siente ese cariz tan propio de la época y de Europa que precisamente nos da esa llave que a veces se vuelve la literatura y que nos lleva a conocer otros países y otros tiempos, en esta obra uno se siente parte de las páginas del libro y como un visitante en esas calles que con Wilde, no parecen lo desgarradoras que son en sus rincones como lo enseña Dickens.
El retrato de Dorian Gray además es ya un elemento de la cultura popular, la idea de esa pintura que envejece al contrario del personaje que fue plasmado en el lienzo, quien se mantiene indemne al paso de los años. El ideario popular también lleva a pensar que Gray, al igual que Fausto, ha hecho un trato con el maligno y que este a cambio de su alma le concede vida eterna y juventud eterna. Esa es la tergiversación que el cine, la televisión y el tiempo nos han ofrecido y en realidad la novela tiene un fondo más sencillo, pero paradójicamente más profundo.
No hay tal pacto, nunca aparece la figura del demonio como podría pensarse, la pintura absorbe la esencia de Gray en un mero y fervoroso deseo que ha insinuado desde el fondo de su alma, hay entre Gray y la obra una transferencia sobrenatural para la que no hizo falta la intervención de figura demoníaca alguna pues el mismo Gray entraña la maldad que toda persona tiene en su ser, pero que contiene dentro de su cuerpo a riesgo de ir pudriendo no solo su alma sino también su carne, la pintura se vuelve un reflejo de la mente retorcida y malvada que va adquiriendo Gray con la experiencia y también con las enseñanzas de uno de sus amigos a lo largo de las páginas, un gentleman burgués que le da opiniones de la vida y sobre el que más adelante daremos unas palabras. La pintura no es solo el paso del tiempo y el envejecimiento y una negación al narciso que se ahoga en el agua, Gray ya ni siquiera puede verse pues sabe que su imagen, tan hermosa y a la que podía observar a riesgo de ahogarse, ahora se ha convertido en una figura carcomida por el mal, no es la vejez sino la maldad y la podredumbre del alma humana lo que ahora se mira sobre el lienzo y Gray, sabedor de la impunidad de la que goza, cada vez más se hunde en la podredumbre que otorga la corrupción del poder y va dejando que su alma, envenenada por la vanidad y la ambición, por la maldad y la ignominia, se apague poco a poco en las fibras de ese lienzo que se vuelve más horrible cada día. La irremediable condena que ha alcanzado Gray se agrava cuando el mismo se regocija de matar al creador para mantener su secreto con él y para dejar que su imagen se vuelva cada vez más horrorosa, pero a él no le importa, son los ojos de los otros los que solo ven su belleza y son solo los suyos los que saben y miran lo podrido de su ser que además goza de los favores de la suerte e impunemente se salva de la muerte y la venganza que le persigue pues en su andar desvergonzado se ha hecho de muchos enemigos. Gray vivirá hasta que él decida que la maldad ya no puede seguir contenida en sus manos y con sus manos rompa ese hechizo que la mera voluntad lo llevó un día a experimentar la belleza eterna.
Sobre Wilde, perseguido por sus gustos en sexualidad, en esta obra aprovecha para mostrar sus conclusiones abierta y profundamente misóginas, como si en su afán de amar a los hombres le fuese indispensable borrar a las mujeres, igualito que ciertos influencers tipo el temach hacen y se llenan de seguidores que hoy sin lugar a dudas puedo intuir que comparten con Wilde el mismo gusto reprimido y de allí unen fuerzas como una legión de misóginos para quienes las mujeres son vacías y meros adornos. Es impresionante la cantidad de veces que en las disertaciones de este gentleman amigo de Gray, Wilde pusiera sus palabras y sentimientos y si en otro tiempo me pasaron desapercibidos, hoy ya no. En ese sentido seré incorrecto entonces y así como Wilde insiste en una opinión sobre las mujeres como si fuesen sus rivales, diré que de Wilde opino lo que Lovecraft de Kipling, (esta alusión es muy ñoña por cierto) pero evitaré escribir cualquier palabra que se malentienda, sin embargo, de Wilde no se malentienden ni sus palabras ni sus opiniones, ni hablar, eso no hace que la obra sea mala. Soy partidario de separar la obra del autor.
Ojalá y se dejara leer a Wilde en las escuelas otra vez...