29/05/2025
Dios es tan Grande
Impresionante relato
Imagínate ser un joven robusto, apenas más que un muchacho, y que un noble tiránico te escoja al azar para ahorcar a tres campesinos, solo para mostrar quién manda. No puedes negarte. No hay verdugo oficial. Y así, con un simple gesto, tu destino queda sellado para siempre.
Eso le ocurrió al padre de Franz Schmidt a principios del siglo XVI.
Aquel hombre, Heinrich, era un humilde artesano. Pero tras esa ejecución forzada, quedó marcado como verdugo. Y con ese título vino un estigma tan fuerte como la muerte misma. Él y toda su descendencia quedaron excluidos del resto de los oficios. Nadie contrata al hijo de un verdugo. Nadie se sienta junto a él en la iglesia.
Así fue como Franz creció: siguiendo a su padre de ejecución en ejecución, aprendiendo el oficio de cortar, mutilar y matar. Un vínculo padre-hijo forjado entre sogas y espadas.
Cuando Heinrich murió, Franz asumió el cargo oficialmente. Y no era cualquier hombre. Era más fuerte, más preciso, más imponente que su padre. Dominaba el arte de la ejecución, y pronto se convirtió en el verdugo más respetado y temido de toda Núremberg. Se casó con la hija del jefe de verdugos, tuvo siete hijos y, sorprendentemente, se ganó cierta simpatía dentro de su comunidad.
Pero Franz tenía otra pasión: la medicina. Estudiaba en su tiempo libre, aprendía sobre el cuerpo humano no solo para castigarlo, sino para entenderlo, para curarlo.
Durante su vida, llevó un diario minucioso. Allí anotó cada ejecución, cada amputación, cada sentencia. Se calcula que mató a unos 300 hombres, y desmembró a otros tantos. Describía con precisión qué parte del cuerpo debía cortarse según el crimen cometido. Su diario es uno de los documentos más detallados sobre la justicia brutal del final de la Edad Media.
Pero lo más impactante llegó tras su jubilación.
A los sesenta años, Franz Schmidt dejó atrás la guadaña y se dedicó por completo a la medicina. Se convirtió en médico oficial. Y en las dos décadas siguientes, se estima que salvó más de 10.000 vidas.
Un verdugo que sanó a más personas de las que había dañado.
Franz murió cerca de los 80 años. Su historia no es la de un simple verdugo. Es la historia de un hombre que, nacido en la sangre, buscó redención a través de la compasión y el conocimiento.
Un recordatorio de que incluso los caminos más oscuros pueden llevar, alguna vez, hacia la luz.