19/04/2025
IVANA Y EL MONSTRUO.
Ivana corría entre el ramaje del ventoso bosque en esa noche de luna llena. Sus descalzos pies lastimados por las zarzas esparcidas en el húmedo pasto, su joven cuerpo mojado por la llovizna helada, con sus ropas desgarradas y manchadas de sangre. Si alguien entonces la hubiese visto habría descubierto, en aquel rostro aterrado, las facciones delatoras de su condición de persona subnormal.
Huía desesperada tras escapar de la sucia cabaña donde se la mantuvo retenida. Aprovechando un descuido de su captor saltó desde el resquicio de una ventana, cayendo encima de las ramas de un frondoso árbol que le amortiguó el golpe. Se fugó con su piel magullada, llena de moratones por la golpiza sufrida a manos del sá**co secuestrador. Tenía que llegar la antes posible hasta la choza de su madrastra. Por mucho maltrato que esa vieja mujer le infería, prefería la amargura de volver a soportar su desprecio a la horrible y segura muerte, de la cual milagrosamente se había librado. Pero estaba exhausta y se desmayó arrimada a un árbol. Minutos después se despertó alarmada al sentir los gritos.
- ¡Qué te sucede, niña! ¿Necesitas ayuda? exclamó una voz detrás suyo. Ivana reconoció al hombre demacrado y vestido con andrajos que, agitando sus brazos, se acercaba para auxiliarla. Ella lo miró implorante y, al ver sus heridas, él le preguntó:
-¿Qué te ocurrió Ivana? ¿Quién te hizo ese daño?
La joven le contó su drama; debía llegar a la cabaña de su madrastra pero se había perdido; el sujeto monstruoso podía estar en su busca para asesinarla.
El ermitaño del bosque sabía dónde vivía aquella mala bruja que castigaba a la chica, y era culpable de sus adicciones y su hambre. La tomó de la mano y la condujo hacia allí; estaba dispuesto a enfrentarse con el agresor y dar su vida con tal de salvarla. Cuando arribaron a la casucha se encargó de llamar a la puerta. Al rato la vieja mujer salió y se encontró con su hijastra dolorida, temblando de frío y de miedo. El anciano se había ido.
La madrastra estuvo compasiva esta vez. Le curó las heridas, la alimentó y le dio cobijo. Pero solamente eso hizo. Aunque escuchó la historia de su hijastra sobre el hombre terrible que la había atraído mediante engaños a su "dacha" (nombre con que en la antigua Unión Soviética se designaba a una precaria casa de campo) no formuló la denuncia ante las autoridades.
Resultó una pena esa omisión porque fácilmente se hubiera podido dar caza al dueño de esa casilla maloliente en el bosque de Rostov, a las afueras de la estación de trenes donde éste captaba a sus presas humanas: drogadictas y chicas con atraso mental, como Ivana, y también niños mendigos, y jóvenes vagabundos.
El criminal no descartaba a ninguna clase de víctimas: mujeres, infantes, hombres, le daba igual, con tal que les llevara ventaja, de que estuvieran inermes frente a sus bárbaros ataques. Sí, fue una verdadera lástima que nadie le creyera a la minusválida Ivana, y que su madrastra fuese tan negligente de no denunciar. Las vidas de muchos inocentes se habrían salvado de un destino atroz, y el monstruo hubiese sido apresado ya mismo, y no recién una década después de cometido su rapto y violación contra Ivana.
Aunque en realidad no ocurrió la violación sexual, por mucho que él intentase penetrarla. Una tentativa tras otra fracasó, pese a que ella no tuvo problemas en desvestirse y dejarlo hacer, a cambio de la comida y la droga prometidas. Pero el tipo, por más que trataba, perdía la erección una y otra vez. Al tercer intento su pene seguía tan flácido como estaba antes de bajarse el pantalón. Lleno de frustración y rabia echó la culpa de su impotencia a la muchacha, por mostrarse apática y no estimularlo lo suficiente.
- ¡Maldita p**a!-, ¡Maldita p**a! - empezó a gritarle.
-Ya verás lo que yo le hago a las zorras como tú- , le amenazó, mientras la expresión de su cara, antes normal y amable, se desencajaba y enrojecía a causa del odio.
Ivana, que yacía pasiva y aburrida de piernas abiertas sobre el camastro, sintió miedo de él por primera vez.
- ¿Qué diablos le estaba pasando a ese individuo?- se preguntó, asustada de pronto. Entonces su mente de pocas luces comprendió el garrafal error incurrido al aceptar la oferta de acudir a esa covacha, a cambio de alimento y narcóticos.
El torturador de Ivana se llamaba Andrei Chikatilo, de cincuenta años. Su trabajo le permitía recorrer el inmenso país, y durante sus paradas laborales se dedicaba a seducir con dinero, o prometiendo regalarles comida o dr**as, a pr******tas, vagabundos y niños, a los cuales ultimaba con inaudita saña.
Si se trataba de infantes los tentaba con chicles, dulces o hipotéticos regalos de sellos, videocasetes, o deliciosas comidas que les iría a preparar en su "dacha" situada en la otra punta del camino del bosque. Si, por el contrario, la víctima elegida era una mujer de baja moralidad o una meretriz, le ofrecía dinero o alcohol a cambio de que lo acompañase hasta algún sitio apartado.
Su lista mortuoria ascendió a cincuenta y tres homicidios. Encontrado culpable de tales salvajadas el monstruo devino condenado a la pena capital y ejecutado, mediante un disparo en la nuca infligido en su celda en el año 1994.
La historia del secuestro de Ivana perpetrado por Andrei Chikatilo recién trascendería una década más tarde.
*Texto de Gabriel Antonio Pombo.