
29/09/2025
EL ADIÓS DE HAMILTON A SU MEJOR AMIGO
La noche estaba oscura, apenas salpicada por las luces de paddock y faros. Lewis Hamilton caminaba por los pasillos desolados del circuito, con el peso de un secreto que ya no podía ocultar. En su teléfono, las palabras temblaban pero eran inevitables: Roscoe ha fallecido. 
Roscoe no era un fanático más. Era compañero, confidente, parte del ADN emocional de Hamilton. Un bulldog inglés que había estado junto a él en circuitos bajo lluvia, en viajes largos, en noches de gloria y derrotas. El mismo Hamilton confesó que Roscoe había estado en coma recientemente y que la decisión más difícil de su vida fue permitirle descansar. 
Esa tarde previa al Gran Premio de Singapur, aquella noticia corrió como eco entre fotos, mensajes y condolencias. Pero detrás de la cobertura, había un hombre enfrentando su duelo, ajustando el casco, disimulando la tormenta interna mientras se ponía el mono.
En el paddock, algunos lo vieron detenerse frente a la foto de su perro. Bajó la mirada. Respiró profundo. Luego siguió adelante, hacia su coche. Los motores rugieron, el circuito esperaba.
Cuando el semáforo se puso verde, no solo corría un piloto. Corría alguien que lleva en cada carrera un corazón que late con una ausencia preciosa.
Días después, en una publicación de Facebook/Instagram, Hamilton escribió:
“Después de cuatro días con asistencia respiratoria, en los que luchó con todas sus fuerzas, tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida y decir adiós a Roscoe. Él peleó hasta el último segundo. Tener a Roscoe en mi vida fue uno de los mayores regalos que el destino me ofreció.” 
Las redes estallaron en muestras de cariño. Fans publicaron fotos antiguas del perro acompañando viajes, en boxes, en el paddock. Algunos recordaban cómo Hamilton llevaba la foto de Roscoe en su casco, cómo hablaba de él como familia. Y de repente, la muerte de un perro dejó de ser noticia para muchos. Se volvió historia que duele y enseña.
Una periodista entrevistó a Lewis:
—¿Cómo haces para concentrarte ahora, con este dolor?
Hamilton soltó una bocanada de aire como si sostuviera el mundo:
—No es fácil. Pero Roscoe siempre me enseñó algo: la lealtad no se apaga. Y si él pudo descansar con dignidad, yo también tengo que seguir. Porque hay pistas que seguir, carreras que correr, pero también recuerdos que vivir.
Esa noche, en el circuito de Singapur, cuando las luces se encendieron y los autos arrancaron, hubo un silencio breve en el corazón de muchos espectadores. Un silencio que surgió no solo al ver a Hamilton competir con su concentración de siempre… sino al imaginar cuánta nostalgia y fuerza hay detrás de cada vuelta que dio con Roscoe en su memoria.
Y en cada curva, en cada acelerón, se sintió un homenaje silencioso: un adiós no al olvido, sino al amor que nunca muere.