La hoja suelta

La hoja suelta Un ejercicio profesional de carácter comercial para que el ciudadano en común haga uso de su libertad de expresion donde sea cuando sea y lo que sea. NRDP.

07/12/2025
07/12/2025

Israel ha desatado a los monstruos que fabricó: un país que alimentó la impunidad ahora teme a quienes crecieron bajo su ala

👉 Israel descubre demasiado tarde que el colonialismo crea fuerzas que ya no obedecen ni a quienes las financiaron.

EL MONSTRUO QUE EL ESTADO CRIÓ A SOMBRA DE LA IMPUNIDAD

En Palestina conocían el guion. Cada otoño, desde 2023, la violencia colona se intensifica. Este octubre de 2025 ha marcado un récord que ni siquiera la ONU había registrado desde 2006: 264 ataques en un solo mes, según OCHA, lo que significa ocho agresiones diarias, 56 semanales. No es un estallido aislado, es la consecuencia natural de un proyecto político que ha premiado a quienes incendian, golpean y matan en nombre de la Biblia.

El gobierno de Benjamin Netanyahu no solo ha tolerado 116 puestos de avanzada ilegales desde 2023. Ha financiado su expansión. Ha armado su vigilancia. Ha escuchado sus demandas como si fueran súplicas patrióticas. Allí, en esas microcolonias de cerros tomados por la fuerza, ha germinado una nueva generación: la llamada Juventud de las Colinas, un movimiento que considera que cada palestina y palestino es un obstáculo biológico para una Tierra prometida reinterpretada. Para ellas y ellos, la vida árabe no vale nada. Y el Estado israelí lleva años tratándola igual.

Mientras las fuerzas ocupantes mataban a más de 200 palestinos en Cisjordania solo en 2025, los colonos actuaban como milicias auxiliares. Y nadie, ni la policía ni los y las jueces, detenía sus pogromos. La organización de derechos humanos Yesh Din documentó que el 94% de las investigaciones entre 2005 y 2024 terminaron sin acusación. Casi dos décadas de terrorismo colono normalizado por las instituciones que debían frenarlo.

De aquellos pactos nace este monstruo.

CUANDO LA BESTIA ATACA A SU PROPIO CREADOR

El 12 de noviembre, entre 50 y 60 colonos quemaron y vandalizaron una fábrica de lácteos en Beit Lid. El ejército acudió. Los colonos respondieron atacando a los propios soldados. No era la primera vez, pero sí lo suficientemente escandalosa como para que el presidente Isaac Herzog hablara de una “línea roja”.

La frase llegó tarde. Llegó mal. Llegó después de 264 ataques contra palestinos en un mes. Pero llegó solo cuando la violencia tocó a los uniformes israelíes.

Esa es la medida real del valor de una vida en el régimen de ocupación.

Netanyahu prometió “todo el peso de la ley”. El ministro Gideon Saar dijo que los alborotadores “dañan el proyecto de asentamientos”. Israel Katz los llamó “criminales”. Es un discurso que no resiste un minuto de realidad. Porque el mismo gobierno que dice querer frenar la violencia depende de Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, dos ministros que viven en colonias ilegales y que exigen profundizar la expansión colonial como condición para sostener al ejecutivo.

No existe una paradoja, existe una simbiosis.

Las propias Fuerzas de Defensa de Israel admiten que no podrán sostener todos los frentes —Líbano, Gaza, Siria— si continúan los ataques de colonos. Para frenar a estas milicias bastarían dos semanas, dicen analistas de Peace Now, pero el ejército no puede actuar sin un gobierno que no quiere actuar.

Mientras tanto, el Shin Bet ha sido descabezado: Netanyahu destituyó al jefe que calificó a la Juventud de las Colinas como terroristas, y su sustituto, David Zini, colono en Cisjordania, propone pulseras electrónicas en lugar de detenciones. Una burla jurídica que mantiene la impunidad intacta. Una “aplicación selectiva de la ley”, afirma el ex alto cargo del Shin Bet Avner Barnea, que describe cómo vídeos, pruebas y denuncias simplemente no se recogen o no se usan.

La ley no falla: se aplica para unas y desprotege a otros.

Los testimonios palestinos ilustran esa impunidad. Mahmud Daghamin vio cómo ocho colonos mataban a diez de sus corderos y rociaban gas pimienta a sus hijos. Nadie investigó. Nadie pidió imágenes. Nadie movió un dedo. Para el Ministerio palestino de Agricultura, el nuevo discurso israelí es “simulación pública”. Y lo es.

La demolición parcial del puesto de avanzada Givat Hatilim se presentó como gesto de autoridad. Fue teatro. No derribaron todas las casas. No detuvieron a nadie. La ‘abuela de los colonos’, Daniela Weiss, llamó a protestar. Y acudieron. Y el Estado retrocedió.

Un monstruo no se domestica con comunicados. Se alimenta con cada gesto de cobardía política.

Israel no ha perdido el control de los colonos. Nunca lo tuvo. Porque construir asentamientos ilegales fue siempre una política de Estado, no una desviación. Porque dar armas a civiles ideologizados fue siempre una decisión calculada.

Ahora que esas milicias muerden la mano que las armó, Netanyahu finge sorpresa. Finge indignación. Finge que no ve lo que ha creado.

Pero Palestina lo sabía desde el principio.

Un proyecto fundado en la negación de la vida ajena siempre termina devorando también a quienes lo encienden.

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05/12/2025

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