
15/09/2025
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15 de septiembre de 1700. En el corazón del actual municipio de Tlajomulco de Zúñiga, el antiguo pueblo de Atliztac —cuyo nombre en náhuatl significa “en el agua blanca”— fue testigo de una transformación simbólica.
El templo que hasta entonces había estado bajo la advocación de Santa Ana, patrona de las abuelas y madres, fue consagrado a Nuestra Señora de la Candelaria, figura de profunda devoción en el orbe hispánico.
El cambio no fue menor: la Candelaria, asociada a la luz que disipa las sombras y a la purificación ritual de las aguas, dialogaba con la memoria indígena del lugar, donde los manantiales y ojos de agua eran centros de vida y sacralidad.
Así, la advocación mariana se insertaba en un territorio marcado por el culto prehispánico a las deidades acuáticas, generando un sincretismo que hasta hoy persiste en la religiosidad popular.
El templo, de majestuosa factura barroca, pronto se convirtió en centro de reunión y festividad, atrayendo peregrinos y dando identidad a la comunidad.
La Candelaria de Atliztac no solo iluminaba la fe, sino que también fortalecía la cohesión social en una época en que Tlajomulco era frontera viva entre tradiciones indígenas y la organización novohispana.
En adelante, cada 2 de febrero, la luz de las velas recuerda aquel momento de 1700, cuando Atliztac recibió a su nueva patrona, guardiana de las aguas y de la esperanza.
Foto y Texto Manuel Prieto