11/07/2025
"El placer de una hechicera"
Hace años tuve una relación con una chica llamada Brenda. Antes de ser mi novia, era mi vecina y unos años mayor que yo. Siempre la veía pasar, pero su edad hacía que no me interesara en ella.
Una tarde me saludó. Yo respondí y así comenzó nuestra amistad. Cada fin de semana tomaba cerveza con mis amigos en la banqueta de mi casa; trabajo semana inglesa, así que sábado y domingo eran de descanso y fiesta.
Una tarde, mientras tomábamos, llegó Brenda con un vestido entallado. Me dijo:
—Samuel, ¿puedes venir un momento?
Tal vez por las cervezas o por la noche, pero se veía hermosa. No me importó que fuera mayor.
Me pidió ayuda para llevar unas cosas pesadas a un evento. Acepté de inmediato, e incluso corrí a mis amigos. Pensé: "ya solos en su casa, me le lanzo".
Le pregunté si vivía sola y respondió que sí. Yo, caballeroso, le dije:
—¿Y cómo una mujer tan linda no tiene pareja?
—¿Quieres que te diga la verdad? —me preguntó.
—Claro, dímelo.
—Me dedico a la hechicería.
—¿Qué es eso?
—Pedir favores a seres de oscuridad.
Me reí.
—No me asustan esas cosas, pero apúrate, ya ando cansado de tanto tomar.
Ya algo ebrio, empecé a desearla. Al llegar a su casa, me ofreció una bebida. Yo quería tiempo para consumar mis intenciones.
—Mejor recuéstate —me dijo—, no iremos al evento.
El sillón era rojo, en forma de cuerno. Todo marchaba como quería.
Desperté desnudo, sobre un tapete negro. Tenía cal sobre el cuerpo. Solo recordaba fragmentos del placer con ella.
—¿Cómo estás, Samuel? —me preguntó.
—¿Por qué tengo cal en el cuerpo?
—No pasó nada que tú no quisieras —me respondió.
—Me voy, se me hace tarde.
—Está bien, te veo en la tarde.
Sentí que ya le pertenecía. No la visité esa tarde, pero no podía dejar de pensar en ella. Lo conté a mis amigos.
—¿No que estaba muy ruca? ¡Pasa de los 50 y tú tienes 23!
—Pero ya tuvimos intimidad —respondí.
Esa noche soñé con su voz. Al amanecer, solo pensaba en ella. La busqué de nuevo. Al tocar, salió en bata negra de gasa. Me deseaba tanto que no pude resistirme. La posé contra la pared, sin importar nada.
Se volvió mi obsesión. Ya no veía a mis amigos, discutía en casa, solo existía ella.
Una tarde, mis amigos me convencieron de tomar otra vez. Apenas empezábamos cuando ella llegó.
—¡Samuel, vámonos! ¡Deja de tomar!
Su voz era de autoridad.
—Espérame, quiero darte un obsequio —le dije. Le regalé un espejo grande.
Lo puso cerca del mueble donde teníamos intimidad. Esa noche, en el acto, vi en el espejo una bestia sobre mí. Me aparté.
—¿Quién eres? ¿Por qué tu reflejo es el de una bestia?
—Te advertí que no trajeras ese espejo. Ya sabes que soy una hechicera.
—¡Mírate en el espejo!
—No.
—Hazlo o me voy.
—Vete… pero volverás. Ahora me perteneces.
Horrorizado, salí de su casa. Pero por las noches oía su voz. Un amigo me dio un crucifijo bendito.
—Esa mujer te cegó. No la busques más.
Gracias al crucifijo dormí. Me acordé de Dios y empecé a rezar. Pero el miedo seguía. Un día me la topé.
—¿Ya no me deseas, Samuel?
—No, Brenda. Se acabó.
—¡Jajajaja! Esto no termina hasta que yo lo diga.
—¿Qué quieres?
—Tu alma. Es un pago justo.
Salí huyendo. Otro amigo me dijo:
—Estás ligado con brujería. Tienes que romper el trabajo.
—No quiero volver a su casa.
—¡Tienes que hacerlo!
Me armé de valor. Entré por la ventana. Revisé su altar: nada mío. Solo cosas horribles. De rabia, pateé el mueble en forma de cuerno. Algo cayó: ropa interior mía, fotos, una vela negra con nuestros nombres en tinta roja, atados por ligas.
Lo saqué al patio y lo quemé. Ella llegó.
—¿Qué haces aquí?
—¿Por qué me hiciste brujería?
—Eres joven. Un manjar. Sin eso, no me habrías hecho caso.
—Esto se acabó.
—No. Me diste tu cuerpo con lujuria. Eso no se extingue. Me pertenece.
Corrí y me refugié con mis amigos. Traté de ser normal, pero no pude. No deseaba a nadie más. Esa mujer se llevó eso de mí.
Hoy tengo 48 años. Desde los 23 no pude estar con otra. No pude casarme. Ella ya no vive donde estaba. La busqué… y nunca más supe de ella.
A veces sueño que me posee. Despierto llorando. Tenía razón: el ligamento se rompió, pero ya no tengo voluntad. Se llevó todo con un hechizo fatal que aún no logro romper.
⚠️ Tengan cuidado con lo que desean. Los placeres pueden tener consecuencias fatales.
🕯️ Hechos investigados por el Lic. Gregory Quintero, El Amo del Terror."El placer de una hechicera"
Hace años tuve una relación con una chica llamada Brenda. Antes de ser mi novia, era mi vecina y unos años mayor que yo. Siempre la veía pasar, pero su edad hacía que no me interesara en ella.
Una tarde me saludó. Yo respondí y así comenzó nuestra amistad. Cada fin de semana tomaba cerveza con mis amigos en la banqueta de mi casa; trabajo semana inglesa, así que sábado y domingo eran de descanso y fiesta.
Una tarde, mientras tomábamos, llegó Brenda con un vestido entallado. Me dijo:
—Samuel, ¿puedes venir un momento?
Tal vez por las cervezas o por la noche, pero se veía hermosa. No me importó que fuera mayor.
Me pidió ayuda para llevar unas cosas pesadas a un evento. Acepté de inmediato, e incluso corrí a mis amigos. Pensé: "ya solos en su casa, me le lanzo".
Le pregunté si vivía sola y respondió que sí. Yo, caballeroso, le dije:
—¿Y cómo una mujer tan linda no tiene pareja?
—¿Quieres que te diga la verdad? —me preguntó.
—Claro, dímelo.
—Me dedico a la hechicería.
—¿Qué es eso?
—Pedir favores a seres de oscuridad.
Me reí.
—No me asustan esas cosas, pero apúrate, ya ando cansado de tanto tomar.
Ya algo ebrio, empecé a desearla. Al llegar a su casa, me ofreció una bebida. Yo quería tiempo para consumar mis intenciones.
—Mejor recuéstate —me dijo—, no iremos al evento.
El sillón era rojo, en forma de cuerno. Todo marchaba como quería.
Desperté desnudo, sobre un tapete negro. Tenía cal sobre el cuerpo. Solo recordaba fragmentos del placer con ella.
—¿Cómo estás, Samuel? —me preguntó.
—¿Por qué tengo cal en el cuerpo?
—No pasó nada que tú no quisieras —me respondió.
—Me voy, se me hace tarde.
—Está bien, te veo en la tarde.
Sentí que ya le pertenecía. No la visité esa tarde, pero no podía dejar de pensar en ella. Lo conté a mis amigos.
—¿No que estaba muy ruca? ¡Pasa de los 50 y tú tienes 23!
—Pero ya tuvimos intimidad —respondí.
Esa noche soñé con su voz. Al amanecer, solo pensaba en ella. La busqué de nuevo. Al tocar, salió en bata negra de gasa. Me deseaba tanto que no pude resistirme. La posé contra la pared, sin importar nada.
Se volvió mi obsesión. Ya no veía a mis amigos, discutía en casa, solo existía ella.
Una tarde, mis amigos me convencieron de tomar otra vez. Apenas empezábamos cuando ella llegó.
—¡Samuel, vámonos! ¡Deja de tomar!
Su voz era de autoridad.
—Espérame, quiero darte un obsequio —le dije. Le regalé un espejo grande.
Lo puso cerca del mueble donde teníamos intimidad. Esa noche, en el acto, vi en el espejo una bestia sobre mí. Me aparté.
—¿Quién eres? ¿Por qué tu reflejo es el de una bestia?
—Te advertí que no trajeras ese espejo. Ya sabes que soy una hechicera.
—¡Mírate en el espejo!
—No.
—Hazlo o me voy.
—Vete… pero volverás. Ahora me perteneces.
Horrorizado, salí de su casa. Pero por las noches oía su voz. Un amigo me dio un crucifijo bendito.
—Esa mujer te cegó. No la busques más.
Gracias al crucifijo dormí. Me acordé de Dios y empecé a rezar. Pero el miedo seguía. Un día me la topé.
—¿Ya no me deseas, Samuel?
—No, Brenda. Se acabó.
—¡Jajajaja! Esto no termina hasta que yo lo diga.
—¿Qué quieres?
—Tu alma. Es un pago justo.
Salí huyendo. Otro amigo me dijo:
—Estás ligado con brujería. Tienes que romper el trabajo.
—No quiero volver a su casa.
—¡Tienes que hacerlo!
Me armé de valor. Entré por la ventana. Revisé su altar: nada mío. Solo cosas horribles. De rabia, pateé el mueble en forma de cuerno. Algo cayó: ropa interior mía, fotos, una vela negra con nuestros nombres en tinta roja, atados por ligas.
Lo saqué al patio y lo quemé. Ella llegó.
—¿Qué haces aquí?
—¿Por qué me hiciste brujería?
—Eres joven. Un manjar. Sin eso, no me habrías hecho caso.
—Esto se acabó.
—No. Me diste tu cuerpo con lujuria. Eso no se extingue. Me pertenece.
Corrí y me refugié con mis amigos. Traté de ser normal, pero no pude. No deseaba a nadie más. Esa mujer se llevó eso de mí.
Hoy tengo 48 años. Desde los 23 no pude estar con otra. No pude casarme. Ella ya no vive donde estaba. La busqué… y nunca más supe de ella.
A veces sueño que me posee. Despierto llorando. Tenía razón: el ligamento se rompió, pero ya no tengo voluntad. Se llevó todo con un hechizo fatal que aún no logro romper.
⚠️ Tengan cuidado con lo que desean. Los placeres pueden tener consecuencias fatales.
🕯️ Hechos investigados por Gregory Quintero, El Amo del Terror.