07/03/2025
LETRAS AL ALBA/El camarógrafo y el ojo domesticado
Jorge Enrique González
Hubo un tiempo en que el fotógrafo era un alquimista. Medía la luz con la paciencia de un astrónomo, calculaba la profundidad de campo como quien desliza los dedos sobre la textura de un lienzo. Pero las máquinas aprendieron a ver por sí mismas. La cámara fotográfica, antaño exigente en sus ópticas precisas, se entregó a los lentes de plástico y a la docilidad de los automatismos. Y la videocámara, en un rapto de osadía, nació haciendo todo: enfoque, balance de blancos, control de iluminación.
El operador, antaño artífice de la mirada, ya no es más que un testigo pasivo, un espectador con una máquina obediente en las manos. Y, sin embargo, se siente creador. Su imagen es estable, su encuadre predecible, su luz domesticada. Pero desconoce las leyes secretas del movimiento, la gramática silenciosa que da sentido al encadenamiento de planos. Filma sin saber que filma.
Si todo esto fuese apenas una anécdota, si sus imágenes quedaran confinadas a álbumes familiares, no nos inquietaría. Pero la videografía del descuido se ha convertido en el pan de cada día de los medios audiovisuales. Nos hemos acostumbrado a la imagen sin tensión, a la narrativa sin misterio, a la pobreza estética que, sin resistencia, consumimos jóvenes y viejos.
Sin embargo, en medio de la niebla, hay quienes recuperan la mirada. Los nuevos cineastas, los que crecen con una cámara en la mano pero con un ojo que todavía se asombra, comienzan a preguntarse por lo que ven. Buscan el encuadre inesperado, la luz que narra, el movimiento que da sentido. Se niegan a ser meros operadores de dispositivos y vuelven a ser creadores. Su lenguaje aún se está forjando, pero en sus imágenes palpita la promesa de que el ojo, si se le educa, vuelve a ver.
Y así, poco a poco, nos deslizamos hacia un mundo en el que mirar recobra su asombro, donde la visión vuelve a ser pregunta, donde el ojo—tan capaz de maravilla—aprende de nuevo a ver. Espero no pecar de optimista.
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Algo debe parir el insomnio: unas pocas letras al alba. Las dejaré aquí cada día, sembradas en la brisa digital. Tal vez sirvan para arrullar a quienes, al momento de la publicación, sigan sin conciliar el sueño.