
14/07/2025
‼️‼️POR FAVOR NO LOS LASTIMES‼️
‼️Recuerda que ellas solo buscan comida para alimentar sus hijos así como cualquier madre o padre de familia ‼️‼️
Una perra callejera, exhausta por el hambre, logró colarse en una cocina buscando alimento. Su hocico encontró un pedazo de carne sobre la mesa y, desesperada, lo tomó entre sus dientes. Sin embargo, antes de que pudiera escapar, una mujer la descubrió.
— ¡Ladrona! ¡Sal de aquí! — gritó con furia la mujer, mientras tomaba un palo y lo descargaba con violencia sobre su lomo.
El golpe fue brutal. La perra cayó al suelo, soltando la carne. Trató de levantarse, pero sus patas no respondieron. Un quejido ahogado y con el corazón latiéndole en la garganta, logró arrastrarse fuera de la casa, sintiendo que había fallado en su intento de conseguir alimento.
Jadeando y con el cuerpo adolorido, llegó hasta un callejón humedo y oscuro donde su cachorro la esperaba. Estaba temblando de frío y su pancita rugía de hambre. Sus ojitos brillaron al verla, pero al notar que volvía con las patas vacías, su expresión se ensombreció.
— Mamá… ¿dónde está la comida? Dijiste que traerías algo…
La perra sintió un n**o en la garganta. Intentó esbozar una sonrisa para no preocuparlo, pero el dolor la consumía.
— Lo intenté, mi amor… pero no pude.
El cachorro bajó la cabeza, su rabito dejó de moverse.
— Pero tengo hambre, mamá… mucho hambre.
La madre lamió su cabeza con ternura, conteniendo las lágrimas.
— Lo sé, mi pequeño… Pero te prometo que nunca dejaré que pases hambre.
Sin embargo, no había refugio para ellos. La casa en la que solían esconderse ahora estaba cerrada, las puertas aseguradas, las ventanas bloqueadas. No había manera de volver.
La perra caminó sin rumbo por la ciudad, con su cachorro pegado a su costado, tropezando contra el asfalto mojado. La noche era helada, y ella sabía que su pequeño no soportaría mucho más.
Finalmente, se detuvo en una acera y acomodó al cachorro debajo de una vieja caja de cartón. Lo acurrucó contra su cuerpo y susurró:
— Espérame aquí, cariño. Iré a buscar comida.
El pequeño levantó la cabeza con temor.
— ¿Vas a volver, mamá?
La perra cerró los ojos con dolor antes de responder:
— Por supuesto que sí.
Pero cuando se alejó, lo hizo para siempre. Intentó conseguir comida de todas las formas posibles, pero siempre terminaba lastimada. Entendió que, si quería que su hijo viviera, tendría que dejarlo.
El cachorro esperó toda la noche, luego todo el día. Su estómago rugía, su cuerpecito temblaba. Pasaron cinco días. La esperanza se convirtió en resignación.
Hasta que, una tarde, una sombra se acercó.
— Eh, pequeño… ¿tienes hambre?
Era un joven de ojos amables. Le ofreció un pedazo de pan y el cachorro, débil pero hambriento, lo devoró en segundos.
El chico lo tomó en brazos y lo llevó a su hogar. Allí, encontró una cama cálida y comida abundante. Le dieron carne, pan y leche tibia. Por primera vez, no tenía que preocuparse por el hambre.
Pero cada noche, cuando la casa quedaba en silencio, el cachorro se acurrucaba en su cama y miraba la puerta con los ojos húmedos. Extrañaba a su madre.
Cinco noches pasaron. Cinco veces miró la puerta esperando verla entrar.
Hasta que, un día, mientras caminaba por la calle junto a su nuevo dueño, escuchó ladridos de auxilio.
Corrió hacia el sonido y vio a tres perros atacando a una perra delgada y herida.
— ¡Por favor…! — suplicaba ella. — ¡Tengo un hijo que criar…!
El corazón del cachorro se detuvo. ¿Podría ser…?
Sin dudarlo, se lanzó a defenderla. Aunque era pequeño, mordió y arañó con todas sus fuerzas hasta que los agresores huyeron. Cuando la perra alzó la mirada, sus ojos se encontraron con los de su hijo.
— ¿Mamá?
— ¿Hijo…?
El cachorro sintió cómo su pecho se llenaba de emoción y rabia al mismo tiempo.
— Me dejaste solo… ¡Me prometiste que no me abandonarías! — gritó con la voz quebrada. — ¡Cinco días, mamá! ¡Cinco días sin ti!
La perra bajó la cabeza, su cuerpo tembloroso.
— Lo sé… Lo sé, mi amor…
— ¡Entonces dime por qué! — gritó él, con las lágrimas resbalando por su hocico.
Ella respiró hondo y susurró:
— Volví… Pero ya no estabas. Vi cómo un humano te llevaba… Vi que te daba todo lo que yo nunca pude darte.
El cachorro la miró con el corazón hecho pedazos.
— ¿Por qué no entraste? ¿Por qué no me buscaste?
La perra levantó la mirada hacia un rincón cerca de la casa del joven y dijo con voz temblorosa:
— Sí lo hice. Durante cinco días, dormí ahí, detrás del contenedor, observándote. Vi que estabas a salvo, que comías bien, que ya no temblabas de frío. Entonces entendí que ya no me necesitabas… y supe que mi misión estaba cumplida.
El cachorro sintió que su rabia se desvanecía y la culpa lo invadió. Sin decir una palabra, corrió hacia ella y se acurrucó entre sus patas, abrazándola con fuerza.
La perra lo envolvió con su hocico y, por primera vez, rompió en llanto.
Nunca antes había llorado, ni siquiera cuando la golpeaban por intentar conseguirle comida.
Pero ahora, sus lágrimas eran de amor y alivio.
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Reflexión Final
El amor de una madre es un lazo inquebrantable, incluso cuando la distancia y el dolor parecen separarlos. A veces, los sacrificios que hacen son invisibles a nuestros ojos, pero su amor siempre está presente, incluso en la sombra, incluso en la distancia.
Una madre da su vida sin dudarlo, incluso si eso significa sufrir para que su hijo esté bien. Su amor no se mide en palabras, sino en silencios llenos de preocupación, en noches sin dormir, en miradas desde lejos que aseguran que todo está bien.
Nunca dudes del amor de una madre, porque no hay amor más puro, más fuerte y más eterno en este mundo.
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