03/07/2025
Cincuenta y dos años tenía cuando me enteré que mi esposo, el mismo que tardaba dos horas en elegir entre arroz o sopa, había decidido irse con su entrenadora del gimnasio.
Sí, la que usa leggings fluorescentes y dice “namasté” hasta para pedir el café.
—Necesito aire —me dijo, inflando el pecho como si fuera una boya en altamar—. Espacio para reencontrarme.
¿Reencontrarte con qué, Octavio? ¿Con tus hernias lumbares? ¿Con tu gastritis crónica?
Lo miré sin decir nada. Ya no valía la pena gastar saliva. ¿Para qué? Si llevo treinta años escuchando sus excusas: “me olvidé el aniversario”, “no vi el mensaje”, “el sueldo no alcanza”, “yo no sé lo que siento”.
Yo sí sé lo que siento, fíjate.
Siento que lavé tus camisas hasta que se borró el nombre de la tintorería.
Siento que aguanté cenas con tu madre juzgando mi arroz como si fuera la juez del “Masterchef del rencor”.
Siento que me tragué tus ausencias, tus silencios, tus crisis existenciales de mediodía.
Y ahora… resulta que tu “nuevo camino espiritual” implica irte a Cancún con una rubia de 28 que cree que Sor Juana es una marca de tequila.
—No tiene nada que ver contigo —me dijo.
Ah, claro. Soy solo el envoltorio viejo que hay que tirar para estrenar el juguetito nuevo.
—¿Y qué vas a hacer tú ahora? —preguntó, como si él fuera la gran pérdida.
—Voy a hacer lo que vos nunca supiste hacer: vivir —le dije, abrochándome la blusa rota que usaba para limpiar la casa, con una dignidad que ni el Papa en Semana Santa.
Y se fue. Con su mochila de “aventurero” y su chaqueta de cuero que huele más a alcanfor que a rebeldía.
Yo me quedé sola.
Pero no vacía.
Me abrí una botella de vino que teníamos guardada “para una ocasión especial”.
Y me la tomé entera, porque ¿sabés qué? Sobrevivir a Octavio ya es motivo suficiente para brindar.
Al otro día, fui a la peluquería, al banco, al súper.
Y por la noche, me hice una cuenta de Tinder.
No para buscar a nadie.
Solo para ver cuántos likes recibe una mujer que, sin saberlo, llevaba décadas escondida detrás de una relación estancada.
Spoiler: fueron muchos.
Esa noche, me dormí abrazando a mi gato, con las piernas sin depilar y el corazón en calma.
Porque entendí que a veces no se trata de volver a empezar con alguien nuevo.
Se trata de volver a casa… con una misma.
Crédito a quien corresponda! ✍️