08/05/2025
En la era de la inmediatez, donde todo debe ser visto, comentado y compartido en el acto, una vieja chimenea sigue dando la noticia más importante de la Iglesia con humo.
No hay pantallas táctiles, ni grafismos, ni relojes marcando la cuenta atrás. Hay espera. Hay ambigüedad. Hay silencio.
Y de pronto, humo. Negro si aún no. Blanco si ya.
Tan simple como sagrado. ¿Qué significa esto en 2025?
Que mientras el mundo corre, la Iglesia se detiene.
Que mientras otros calculan, ella discierne.
Que hay decisiones que no se anuncian, se revelan.
El elegido no es un CEO ni un gestor. Es otro Pedro.
No por ser perfecto, sino por saber que no lo es.
Porque Pedro fue llamado no en el templo, sino en la orilla. No entre doctos, sino entre redes de pescar. No para mandar, sino para apacentar.
Pedro dudó, discutió, se hundió en el agua, negó y lloró. Sin embargo fue elegido. No por su carácter, sino por su confesión. No por su visión estratégica, sino por dejarse corregir.
Le dijo a Jesús que no fuera a la cruz, y fue llamado “Satanás”, el peor insulto posible. Le prometió fidelidad, y lo negó tres veces.
Pero cuando Pedro se dejó mirar, cuando se dejó tocar por la pregunta: “¿Me amas?”, entonces fue confirmado.
El encargo fue claro: “Apacienta mis ovejas”. No “protege tu imagen”. No “aumenta tus seguidores”. No “gestiona el poder”. Apacienta. Sirve. Sufre. Da testimonio.
Por eso el humo es importante. Porque no puede programarse. Porque no permite espectáculo. Porque nos obliga a mirar al cielo y a esperar.
Y en esa espera, vuelve Pedro. No como héroe, sino como piedra que llora. No como sabio, sino como testigo. No como influencer, sino como pastor.
El humo no es un capricho arcaico. Es una forma de decir que aún creemos en el tiempo lento, en la fragilidad elegida, en la fuerza de una promesa: “Te llevarán donde no quieras ir.” Pero aun así, va y con todo un Pueblo detrás de él.