29/10/2025
El día que el in****no tembló dentro del Vaticano. Juan Pablo II no gritó, no discutió. Solo pronunció una frase… y el demonio huyó. Un episodio oculto que revela el poder invisible de la santidad frente al mal más antiguo
No hubo gritos Ni violencia Solo un susurro una oración breve, y un estremecimiento invisible recorrió las paredes del Vaticano. Era 1982 y dentro de una pequeña capilla privada, Juan Pablo II enfrentaba al enemigo más antiguo del hombre: el demonio
Aquel día una mujer italiana, joven, fue llevada ante el Pontífice. Según los testigos, se encontraba en estado de profunda agitación, con la mirada perdida y una voz que no parecía humana. “No puedo entrar ahí”, murmuraba, cuando se acercaban al umbral de la capilla. Los guardias suizos intentaron contenerla, pero el aire se volvió pesado helado
En el centro del altar el Papa esperó de pie, con el rosario entre los dedos. No pidió cámaras, ni testigos. Solo dijo: “Déjenla entrar. Cristo ya está aquí”
El padre Gabriele Amorth exorcista oficial de Roma, relató años más tarde aquel episodio. Según él, Juan Pablo II no realizó un rito tradicional. No leyó fórmulas, no elevó la voz. Solo impuso las manos sobre la joven y pronunció una frase que hasta hoy permanece en los archivos Vaticanos como “palabras selladas”
Lo que siguió fue indescriptible La mujer comenzó a temblar y cayó de rodillas. ¡No puedo soportar su presencia! gritó con voz desgarradora Juan Pablo cerró los ojos y dijo una sola palabra: “Vete” Y el mal huyó
Minutos después, la mujer estaba en paz llorando en silencio. Los guardias declararon que el aire volvió a sentirse “ligero”, y uno de ellos aseguró haber percibido “un perfume de flores”, como si el Cielo mismo hubiese descendido al Vaticano
Amorth solía decir que “el diablo le tenía miedo al Papa polaco”. No era una metáfora. En más de una ocasión, durante exorcismos realizados en Roma, los espíritus invocados habrían reconocido su nombre con terror:“¡No pronuncies su nombre! Él me destruyó mis planes”
Dicen que aquella mujer, tiempo después, volvió al Vaticano para agradecer. Al verla, Juan Pablo II le sonrió y dijo “Jesús
ya había ganado sólo hacia falta que tu lo supieras”