10/07/2025
Cuerpos que gritan lo que el alma calla: una herencia silenciosa entre mujeres
En el cuerpo de una mujer habita mucho más que órganos y funciones biológicas. En él se depositan generaciones de silencios, de responsabilidades desbordadas, de dolores que no se nombran. Y es que, aunque la ciencia médica ha identificado con precisión las causas biológicas de enfermedades como el lupus, el hipotiroidismo, el cáncer o la diabetes, cada vez más voces desde la psicología, la psiconeuroinmunología y los movimientos de salud mental coinciden en que las emociones no expresadas, los traumas infantiles no atendidos y la sobrecarga emocional cotidiana también enferman.
No es casual que, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las mujeres mexicanas presenten tasas significativamente mayores de enfermedades autoinmunes. Por ejemplo, el lupus afecta a las mujeres en un 90% de los casos, principalmente entre los 15 y 44 años. El hipotiroidismo tiene una prevalencia femenina del 80%, y las mujeres también reportan más ansiedad, insomnio y fatiga crónica. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT), más del 60% de las mujeres entre 30 y 59 años han experimentado algún tipo de trastorno relacionado con el estrés.
¿Por qué nuestros cuerpos se enferman más cuando somos madres, hijas, cuidadoras? ¿Por qué sentimos una culpa profunda cuando alguien en casa no está bien, como si todo dependiera de nosotras? ¿Por qué seguimos cargando, sin cuestionarlo, con la expectativa de ser incondicionales, fuertes, resilientes, disponibles?
Desde pequeñas aprendemos a callar. Aprendemos que llorar “mucho” molesta, que gritar es de “niñas malcriadas”, que estar tristes sin motivo es “drama”. Así vamos guardando dentro pequeñas heridas: la ausencia del padre, la exigencia de la madre, los gritos en casa, los secretos de familia. Y ese dolor, que no supimos nombrar ni procesar, se convierte con los años en ansiedad, en gastritis, en presión alta, en dolor en el pecho, en úteros que sangran de más, en cuerpos que se apagan.
Y cuando somos madres, cargamos no sólo con nuestras heridas, sino con la presión de no repetirlas, de criar “mejor”, de evitar que nuestros hijos nos culpen. Pero, ¿cómo sanar si no nos detenemos? ¿Cómo no heredar lo mismo si seguimos ignorando lo que sentimos? ¿Cómo no repetir patrones si nunca hablamos de lo que nos dolió?
Sanar es un proceso. Y empieza por decirnos la verdad. Por dejar de exigirnos perfección. Por permitirnos sentir sin culpa. Por buscar ayuda, por escribir, por llorar con libertad. Por hablar con nuestras hijas e hijos con honestidad, sin filtros, con humanidad.
Quizás el mayor acto de amor hacia nuestros hijos no sea protegerlos de todo, sino mostrarles que sanar es posible. Que el enojo, el miedo, la tristeza, no son enemigos. Que su madre también se equivoca, pero quiere hacerlo diferente. Que el amor no es sacrificio constante, sino cuidado compartido.
Porque si no nos liberamos, seguiremos cargando (y transmitiendo) lo que no nos pertenece. Y nuestros cuerpos seguirán hablando por nosotras, gritando lo que nunca dijimos.
Es tiempo de escucharnos. Es tiempo de sanar.
Najla Margarita 💜💜