09/05/2025
“La Línea”
El olor del café aún flotaba en la cocina cuando el doctor salió de la habitación con la mirada baja. Mamá se había ido. Sin gritos, sin dramatismo, solo un suspiro largo y el silencio. Anny y Julián, de pie en el pasillo, no se dijeron nada. Aquel día la muerte fue más ligera que el resentimiento.
Horas después, mientras los vecinos llegaban con pan dulce y pésames, Anny se encerró en su cuarto. Julián, en cambio, subió al ático y bajó con un rollo de planos.
—La casa ya está dividida —dijo, extendiéndolos sobre la mesa del comedor—. Mamá firmó los papeles la semana pasada. Todo está en regla.
Anny lo miró en silencio, como si esas palabras no hubieran tenido lugar. Julián señaló las líneas.
—Tú te quedas con la parte del fondo. Yo me quedo con la parte del frente. Así no tenemos que vernos.
Afuera seguía la gente, rezando y hablando de lo buena que fue mamá. Adentro, el frío ya se sentía más que la pena. Anny no respondió. Solo tomó los planos, los dobló con cuidado, y se fue a su lado de la casa.
Esa noche, la primera sin ella, no lloraron. Ni se hablaron. Solo durmieron separados por una línea invisible, como si mamá, al morir, les hubiera dejado lo único que les unía: un muro.
Si el mismo día después de sepultar a mamá mi hermano Julián divido la casa.