13/09/2025
Me llamo Chris Louis, tengo apenas veintisiete años y soy padre de tres hijos: Estela, la mayor, Camila y el pequeño Alfredo. Desde que su mamá se fue, sin decir nada, solo llevándose su ropa, mi vida se convirtió en una carrera contra el hambre y la tristeza.
He hecho de todo: limpiar casas, lavar platos en restaurantes, cargar cajas, cualquier trabajo que me permitiera llevar un poco de comida a la mesa. Todo el dinero que ganaba se iba en leche, pan, útiles escolares… no me quedaba nada para mí. Pero no me importaba, porque ellos son mi razón de seguir.
Un día estábamos en McDonald’s. Habíamos juntado unas monedas y quise darles un gusto, verlos sonreír con una hamburguesa en la mano. Mientras comíamos, recibí una llamada: era la oportunidad de un trabajo estable, algo que podía cambiar nuestra situación. Me pidieron que fuera de inmediato a una entrevista.
Miré a mis hijos, y le dije a Estela, con todo el amor y la confianza que le tengo:
—Cuida de tus hermanos. Voy a esta entrevista y regreso pronto, lo prometo.
Ella asintió con seriedad. Siempre ha tenido más madurez de la que le corresponde por su edad.
Lo que no sabía era que un hombre en el local, Mark Smith, pensó lo peor. Llamó a la policía creyendo que yo había abandonado a mis hijos. Mientras yo estaba en la entrevista, los oficiales llegaron, se sentaron con ellos y esperaron mi regreso.
Cuando volví, ilusionado con la posibilidad de un nuevo trabajo, me encontré con patrullas y miradas de sospecha. No tuve tiempo de explicar: me esposaron y me acusaron de abandono. Sentí que el mundo se me caía encima.
Pero entonces ocurrió algo que nunca olvidaré. Mi hija Estela, con apenas doce años, se paró frente a la policía y gritó con valentía:
—¡Mi papá no nos abandonó! Solo fue a una entrevista de trabajo. Mi mamá fue la que nos dejó. Él siempre está con nosotros, siempre.
Hubo un silencio. Los oficiales, que tantas veces he visto en noticias actuando con violencia hacia gente como yo por el color de mi piel, se quedaron quietos, sorprendidos. Poco a poco la tensión bajó. Me soltaron y escucharon mi versión.
Horas después estábamos de regreso en casa. Esa noche, mientras abrazaba a mis hijos, lloré. Lloré por la injusticia, por el miedo de perderlos, pero también por la esperanza. Porque la entrevista había salido bien. Al día siguiente me confirmaron que tenía el empleo.
Cuando me entrevistaron para un noticiero local, conté lo que pasó. Dije la verdad: que soy un joven padre afroamericano que lucha cada día por darle lo mejor a sus hijos, aunque me juzguen, aunque el mundo me mire con desconfianza. Y que ahora, con este nuevo trabajo, por fin podré darles la vida digna que merecen.
Mis hijos son mi motor. Y aunque la gente dude de mí, ellos saben que nunca los dejaré.