13/07/2025
| ¿Qué lleva a una madre y a su hijo a matar a un maestro? No a un delincuente, no a un extraño. A un maestro. A alguien que dedicó su vida a formar, a corregir, a sostener.
La pregunta no es fácil, porque este caso se sale del marco lógico, se escapa del sentido común, y por eso duele más.
Lo primero que trastoca es el hecho de que el presunto asesino no es un desconocido, sino un exalumno. Alguien que en algún momento escuchó su voz en clase. Y más desconcertante aún: su madre se vuelve cómplice.
¿Por qué? ¿Qué clase de vínculo distorsionado puede hacer que una madre no reprima el impulso violento de su hijo, sino que lo respalde, lo acompañe, lo encubra? Eso no es solo criminal: es profundamente antinatural.
Aquí no solo fallaron las leyes. Falló la cultura del respeto. Falló el núcleo familiar, el vínculo escolar, fallamos todos. No estamos hablando de una riña entre bandas ni de un conflicto entre criminales.
Estamos hablando de un acto brutal en el que la víctima es un educador. Y los agresores, quienes deberían estar aprendiendo.
La investigación revela que fue citado bajo engaño. No fue un ataque al azar, fue planeado. Había una intención. Y ese es otro aspecto que congela: la premeditación como signo de deshumanización.
Quien planifica un crimen así deja de ver a la otra persona como ser humano. Ya no importa su trayectoria, su familia, su historia. Solo queda el deseo ciego de desaparecerlo.
El lugar del hallazgo: una barranca en San Pablo del Monte, zona limítrofe con Puebla. No es un sitio de paso ni un accidente. Es un sitio elegido.
¿Quién conoce esos sitios? ¿Quién tuvo el tiempo y los medios para mover el cuerpo sin ser visto? ¿Por qué el crimen se ejecuta con tal precisión?
Esto sugiere que no fue un hecho impulsivo, sino un acto donde hubo cálculo. Y eso apunta a algo más: ¿hay alguien más detrás? ¿Hay otro nivel de implicación que aún no se revela?
La respuesta del Estado ha sido, hasta ahora, reactiva. Detenciones, comunicados, promesas de reformas. Pero el fondo del asunto es más profundo: el docente se ha vuelto blanco fácil en una sociedad que ha dejado de respetarlo, que lo expone, que le exige todo pero lo protege poco.
El hecho de que haya sido un maestro, y que los presuntos responsables sean parte del sistema educativo, es una bofetada al núcleo de la sociedad. No fue un crimen común: es una ruptura del pacto social entre quienes enseñan y quienes aprenden. Y eso nos debería helar la sangre.
Este lunes, 14 de julio, Tlaxcala marchará . Marcharán por él, sí. Pero también por cada maestro que ha sido insultado, amenazado, empujado al silencio.
Por cada docente que, al cerrar la puerta del aula, es sujeto ha convertirse en rehén de las violencias cotidianas, de burlas , de amenazas que la sociedad normaliza.
Y mientras marchan, me hago una pregunta que debería resonar en el aire como un relampago:
¿Qué tan enferma emocionalmente debe estar una sociedad para que un maestro muera a manos de su alumno y su madre?
Josma como le llamaban sus amigos no volverá. Pero su muerte no puede ser una nota más. Su historia de un final triste e indigno debe doler, pero sobre todo debe enseñarnos.
Porque si no aprendemos de lecciones tan duras como esta , entonces sí estaremos perdidos.
Vía: Kaysen Fomperosa