11/07/2025
La gentrificación tiene muchos pasaportes
En los últimos años, México se ha convertido en la tierra prometida no solo para estadounidenses o canadienses que huyen del alto costo de vida en sus países, sino también para oleadas de europeos: españoles, argentinos, finlandeses, franceses y muchos más. Atraídos por el sol, la cultura y un tipo de cambio que vuelve todo “barato”, muchos de ellos abren cafeterías de diseño, estudios de yoga o supuestos “centros de sanación”, presentándose como emprendedores, nómadas digitales o guías espirituales.
Pero detrás de las paredes de colores pastel y los brunches para Instagram, se esconde una verdad más dura: barrios enteros se transforman para satisfacer los gustos extranjeros. La gente local queda excluida de sus propias ciudades. Las rentas se disparan, las tortillas cuestan el triple y quienes construyeron la comunidad son empujados cada vez más lejos.
Estos recién llegados traen consigo privilegio, impaciencia y, a veces, un desprecio abierto por las personas y la cultura que dicen admirar. Llaman a los locales “flojos” o “poco profesionales”, olvidando que son invitados en casa ajena. La gentrificación no solo habla inglés: tiene muchos acentos, muchas banderas… y su daño se siente en pesos.
Es momento de reconocer que “vivir como local” no debería significar reemplazar a los locales.
Gentrification Has Many Passports
In recent years, Mexico has become the promised land not just for Americans or Canadians fleeing high costs at home, but also for waves of Europeans—Spaniards, Argentinians, Finns, French, and more. Drawn by sun, culture, and a currency exchange that makes everything seem “cheap,” many of them open trendy cafés, yoga studios, or so-called “healing centers,” branding themselves as entrepreneurs, digital nomads, or spiritual guides.
But behind the pastel walls and Instagrammable brunches hides a harsher truth: entire neighborhoods are being transformed to serve foreign tastes. Locals are priced out of their own cities. Rents skyrocket, tortillas cost triple, and workers who built the community are pushed further to the margins.
These newcomers often bring privilege, impatience, and sometimes open disdain for the people and culture they claim to admire. They call locals “lazy” or “unprofessional,” forgetting they are guests in someone else’s home. Gentrification is not just about Americans with dollars: it wears many accents, many flags—and its damage is felt in pesos.
It is time to recognize that “living like a local” shouldn’t mean replacing the locals.
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