02/04/2025
El colibrí encontró al león herido e inconsciente, con una espina incrustada en su pata. Al intentar retirar la espina, el león despertó del desmayo.
— ¡No necesito tu ayuda! ¡Déjame solo! — rugió el león, empujando con fuerza al colibrí y lastimándolo un poco.
El colibrí, herido, voló lentamente hacia el árbol donde solía refugiarse para llorar cada vez que el león lo rechazaba.
Tan pronto como se recuperó, regresó trayendo un remedio natural, unas hojas medicinales, para intentar aliviarlo.
Una vez más recibió un zarpazo. Pero esta vez, el león utilizó tanta fuerza que el colibrí quedó gravemente herido.
— ¡Vete de aquí! — rugía el león, sin darse cuenta de que el colibrí estaba perdiendo sus fuerzas a causa del golpe.
Aún herido, el colibrí dejó las hojas medicinales cerca del león.
— Sabes, león... a veces pienso que no te importo — dijo el colibrí con voz quebrada, sus alas temblando por el esfuerzo.
— ¡Y no me importas! ¡Te odio! — respondió el león.
El colibrí se alejó tambaleándose, consumido por el dolor, y regresó a su árbol para llorar. Pero esta vez… no volvió.
Con el paso del tiempo, el león empezó a sentir su ausencia. Recordó sus pequeños gestos de cuidado, los obsequios desinteresados, el sonido alegre de su canto… la calidez del colibrí.
Pero ahora solo quedaba tristeza. Un vacío profundo. Un peso en su corazón que nada podía aliviar.
Dejó de comer, de rugir… y cojeando, temió haberlo perdido para siempre. Cerca de él, las hojas medicinales —el último regalo que el colibrí le dejó— ahora estaban secas.
El león no aguantó más. Salió en busca del colibrí. Fue directamente al árbol donde sabía que solía refugiarse.
Se acercó con esperanza… pero no lo encontró. Solo había un silencio que lo abrumaba.
Se echó bajo el árbol y empezó a llorar.
Entonces el árbol habló:
— ¿Por qué lloras, rey de la selva?
— Es que… yo amaba a un colibrí alegre, generoso, lleno de vida… pero se fue. Yo… yo… — susurró con remordimiento — creo que lo destruí...
Las lágrimas caían pesadamente mientras hablaba.
El árbol respondió:
— ¿Es cierto que lo amabas?
— ¡Por supuesto que sí! ¡Y con todo mi ser! — rugió el león.
— Entonces, ¿por qué no se lo dijiste?
— No lo sé… pensé que era más fácil fingir que lo despreciaba...
De repente, el colibrí apareció detrás del árbol que “hablaba” con el león:
— ¿Acaso alguna vez viste a un árbol hablar? ¡Soy yo quien te habla, cabeza dura! ¡Estoy vivo! ¡No me fui!
El león, superado por la emoción, rugió:
— ¡Te odio! ¡Te odio!
Pero mientras lo decía, abrazó con cuidado al pequeño colibrí con sus grandes patas.
Incluso después de todo, nunca fue capaz de decirle con claridad que lo amaba.
Y así es la vida: hay muchas personas que nunca expresarán sus sentimientos con palabras.
Pero el amor… está ahí, silencioso, escondido en lo más profundo del corazón.
🔸 Moraleja: Existen personas incapaces de decir lo que sienten. Ya sea por miedo, orgullo o cicatrices del pasado, a veces prefieren rechazar antes que mostrar su vulnerabilidad. Pero no confundas el silencio con la ausencia de amor.
Los gestos más torpes pueden esconder los sentimientos más sinceros. Aprende a mirar más allá de las palabras, porque quien ama de verdad, a veces, solo sabe hacerlo a su manera… aunque esa manera sea imperfecta y dolorosa.