24/07/2025
¡Gracias por TODO! Hulk Hogan…
Emanuel Ruiz Castellanos
Director Insitucional en CICEP Cocreador de marcas comerciales. Catedrático de Profesional y Maestría. Empresario desde 2009
24 de julio de 2025
Un niño, una máscara y un héroe rubio
Debía tener unos diez u once años. Cuarto o quinto de primaria. En las aulas del Instituto Rougier, entre cuadernos Scribe, loncheras con tortas de jamón y tardes de tarea, comenzaba a latir algo diferente en mi pecho. Era el auge de la lucha libre mexicana. La mejor del mundo, decían. Y cómo no: ahí estaban Blue Demon, El Hijo del Santo, La Parka, Octagón, Fuerza Guerrera, Blue Panther... todos ellos titanes de otro plano que peleaban cada viernes por la noche con honor, máscaras y acrobacias que nos dejaban con la boca abierta.
Pero fue en la pantalla del televisor de casa, cada fin de semana, cuando algo cambió para siempre. Mi amigo Luis Vilaboa me contaba que en el canal del cable apareció una imagen que lo rompía todo: un hombre rubio, inmenso, con bigote de herradura, camiseta desgarrada y una voz que parecía un trueno. Su nombre: Hulk Hogan. Y aunque yo era mexicano, de Veracruz, aunque crecí entre tortas y volcanes, ese gr**go gigante se volvió mi héroe. Porque donde otros veían lucha, yo veía épica.
El nacimiento de una leyenda... y de un fan al sur del mundo
Mientras en Estados Unidos, un tal Terry Bollea se convertía en Hulk Hogan, aquí en México, un niño de primaria aprendía que los héroes no solo vivían en los libros de historia o en las caricaturas. Terry nació en Georgia, creció en Tampa y forjó su cuerpo como un guerrero esculpido. Se entrenó con Hiro Matsuda, quien no se la puso fácil: le rompió la pierna en su primer día de entrenamiento. Pero él regresó. Porque los verdaderos gigantes no se rinden. Y esa fue la primera lección que Hogan me enseñó, desde la distancia, desde la pantalla.
Hulkamania y los sábados de emoción
Eran los años 80. La lucha libre gringa era un secreto a voces entre los niños del Rougier. Llegaba por cable. Y cada sábado, como ritual, encendíamos la televisión y esperábamos ese intro glorioso, esa canción con guitarras eléctricas que nos hacía sentir que algo grande estaba por comenzar. Y entonces aparecía él: con su camiseta amarilla, sus músculos marcados y su grito de guerra: “Say your prayers, eat your vitamins and believe in yourself!”
Ese mensaje, aunque en inglés, nos llegaba. Porque Hulk Hogan no solo era fuerza. Era fe. Era perseverancia. Era espectáculo. Derrotó al Iron Sheik, se coronó campeón, y comenzó una era: la era de Hulkamania. Y en un salón de clases del Rougier, un niño con mochila al hombro, empezó a creer en algo más grande que él mismo.
La lucha del siglo, vista desde un sofá veracruzano
Uno de los momentos más épicos fue su lucha contra André el Gigante en WrestleMania III. Hogan levantó a aquel coloso de casi 250 kilos y lo azotó contra la lona. Ese instante lo vi desde el sofá de mi casa, con los ojos como platos, sin parpadear. Era como ver a David venciendo a Goliat, pero en esteroides, con cámaras y comentaristas gritando. Y lo mejor: era real.
Mientras en México se gritaba en la Arena México, nosotros —algunos niños que teníamos la fortuna de tener cable— vivíamos otra revolución. Hogan ya no era un personaje, era parte de nuestras vidas.
El villano, el giro, y la lección
En los noventa, la historia dio un giro. Hogan, el eterno héroe, se convirtió en villano al liderar el NWO en la WCW. ¿Cómo podía nuestro ídolo hacer eso? Fue confuso. Fue devastador. Pero fue real. Porque la vida no es solo blanco o negro. Es evolución. Hogan lo entendió. Y así me enseñó que, incluso los héroes, necesitan transformarse para seguir en pie.
El legado que no se borra
Pasaron los años. Crecimos. Nos hicimos adultos. Dejamos de ver lucha como antes. Pero Hulk Hogan seguía ahí. En homenajes, en videojuegos, en el Salón de la Fama. Su grito de guerra aún retumba en los estadios. Y cada vez que lo veo, recuerdo a ese niño de primaria, al del Rougier, al que soñaba con ser más fuerte, más valiente, más gigante… como él.
La lucha continúa
Hoy, cuando vuelvo a ver a los luchadores de nueva generación, cuando escucho a mis hijos hablar de nuevos ídolos, pienso en Hulk Hogan. Pienso en su historia. En lo que significó para un niño mexicano que lo miraba desde una ciudad costera, desde el salón de clases, desde la inocencia.
Porque Hulk Hogan no solo cambió la lucha. Cambió a los niños que lo vieron luchar. Y yo nosotros fuimos de ellos.
¡Descansa en paz CAMPEÓN!