
07/08/2025
Mis queridos lectores, hoy susurro a sus oídos una historia que se teje entre los adoquines del Puerto de Veracruz, una leyenda urbana que floreció en los dorados ayeres del restaurante La Merced. En aquel entonces, este recinto era un crisol donde la alta sociedad y la clase trabajadora se encontraban, un microcosmos de nuestra bella ciudad.
Pero no se equivoquen, no todos los héroes visten capa. En La Merced, los verdaderos benefactores eran aquellos que portaban impecables mandiles blancos: los meseros. Estos observadores silenciosos notaron un curioso fenómeno: los miembros de la élite, en su opulencia, a menudo dejaban tras de sí un festín de guarniciones intactas y bocados apenas probados. ¿Un desperdicio imperdonable, no creen?
Fue entonces cuando uno de estos astutos meseros tuvo una idea brillante. ¿Por qué no compartir esta abundancia con aquellos menos afortunados? Así, comenzó a ofrecer discretamente estas delicias a un grupo de parroquianos humildes, conocidos como "los niños de la calle", que se reunían en una esquina del café. A cambio de una pequeña propina, estos comensales podían disfrutar de milanesas, papas fritas, arroz, frijolitos, fideos, ensalada, ¡e incluso camarones!
Imaginen la escena: mientras la alta sociedad charlaba sobre política y modas, estos héroes anónimos tejían una red de solidaridad. Los meseros, conscientes de que muchos de sus clientes habituales no podían permitirse un plato completo, les ofrecían estos manjares rescatados. Y así, La Merced se convirtió en un escenario de generosidad silenciosa, donde la empatía era el ingrediente secreto del menú.
Esta historia, mis queridos lectores, es solo una muestra de las miles que aguardan en los rincones de nuestro bello puerto. Nos recuerda que la verdadera grandeza no reside en la riqueza o el estatus, sino en la capacidad de tender una mano a aquellos que más lo necesitan.