03/07/2025
El valor de lo intangible: respuesta crítica al artículo sobre el Parque Museo La Venta
Por Miguel Aldana / Neurbanismo
El reciente artículo publicado en Nube de Monte, firmado por el periodista y editor Francisco Cubas Jiménez, aborda con tono provocador la discusión en torno al nuevo Museo Nacional Olmeca en Villahermosa. Si bien es bienvenida toda reflexión sobre el patrimonio, el texto peca por una visión limitada —incluso anacrónica— del espacio público, del paisaje cultural y de la memoria colectiva.
Cabe señalar que Cubas Jiménez ha sido una voz valiosa y consistente en el análisis institucional de temas de sostenibilidad, aportando lecturas críticas necesarias para entender las políticas públicas y los modelos de desarrollo en la región. Sin embargo, la notable divergencia con la Asamblea Ciudadana en Defensa del Parque Museo La Venta parece debida al valor simbólico del ideario Pelliceriano, que para muchos de nosotros sigue siendo una fuente cultural legítima y profundamente enraizada en la identidad tabasqueña.
Más allá de las diferencias de enfoque, es importante reconocer que su salida expresa una distancia respecto a los valores que muchas personas de la Asamblea hemos defendido colectivamente: el aprecio por el patrimonio urbano construido desde lo simbólico, y la necesidad de defender espacios públicos que han sido apropiados no solo por personas, sino por procesos sociales y ecosistemas vivos. El Parque Museo La Venta, más allá de su trazado original o de su curaduría museográfica, ha generado vínculos, afectos, memorias y también convivencia multispecies. Todo eso es también patrimonio.
El análisis presentado en su artículo ignora el ideario público que, durante décadas, ha rodeado al Parque Museo La Venta. La manera en que generaciones de tabasqueños han construido un imaginario compartido en torno al sitio, no se puede reducir al argumento de que “la selva no es selva” o que “el parque no es pulmón”. Las narrativas urbanas no se definen por la pureza botánica, sino por los vínculos emocionales, afectivos y culturales que se entretejen en el tiempo.
Tampoco se considera la apropiación progresiva y multispecies del entorno: humanos, aves, monos, reptiles y plantas han creado, en conjunto, un ecosistema simbiótico que trasciende lo arquitectónico o museográfico. Esa compleja red de relaciones merece respeto, estudio y escucha.
Además, se ignora por completo la cultura Pelliceriana, que, con todos sus matices, ha dejado una huella en la identidad cultural de Tabasco. Carlos Pellicer, como figura pública, fue objeto de debate, sí, pero también supo articular una visión de belleza, poesía y pertenencia a través del arte, la arqueología y el paisaje. Desechar esa herencia como “culto al héroe” es reducir el legado a una caricatura.
El enfoque del artículo recuerda al revisionismo frío de finales del siglo XX, donde el pasado debía ser desmantelado más que comprendido. En contraste, hoy es urgente revalorar nuestras memorias desde una perspectiva crítica, sí, pero también afectiva, sensible y compleja.
Por último, quisiera valorar un aspecto positivo del artículo: su esfuerzo por ensanchar el marco de discusión. Señalar el descuido institucional en la conservación de las piezas olmecas y poner sobre la mesa el debate sobre el origen de los bienes arqueológicos es necesario. La propuesta de abrir el debate público más allá de los dogmas —aunque limitada en su enfoque— puede ser útil si se convierte en una invitación al diálogo plural.
Villahermosa necesita pensar su futuro sin renunciar a su memoria. No es solo un tema de museos o de metros cuadrados de arbolado: es una disputa simbólica sobre lo que queremos conservar, transformar y proyectar como sociedad.
MAA
Artículo mencionado:
Algunas consideraciones sobre una discusión por el espacio público y la socialización de los conceptos ecológicos