23/07/2025
Los hijos gemelos del millonario viudo no comían nada, hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y cambió sus vidas para siempre.
Cuando Mariana bajó del auto frente a la enorme mansión de Ricardo Navarro, siente un hormigueo de nervios y emoción. No es como cualquier casa, es una casa llena de silencio.
Al entrar, ve un pasillo largo, cuadros grandes, ventanas altas que dejan entrar luz sin calidez. Los empleados apenas le responden con un "hola" corto, como si todo fuera normal, pero ella siente que hay algo raro en el aire. En eso, aparece Ricardo, un hombre alto, bien vestido, con el ceño un poco fruncido.
No le ofrece la mano, solo dice "buenos días" y eso basta para entender que no está para charlas. Le presenta a los niños, Emiliano y Sofía, gemelos de 8 años. Él se los señala sin emoción y les dice que ella será su niñera. Los ve de cerca, él con la mirada vacía, ella con los brazos cruzados, los dos vestidos igual, como si fueran espejo. Mariana les da una sonrisa tímida y les pregunta qué quieren de cenar. Los niños la miran y se encogen de hombros. La niña dice "nada".
El niño repite la palabra "nada". El corazón de Mariana se hunde un poco porque eso significa que su trabajo no será como lo imaginaba. Ricardo la observa y asiente como aprobándole algo, pero sin emoción. Después, los lleva a todos a recorrer la casa. Entran al comedor y ella ve platos finos, cubiertos de plata, una mesa enorme sin comida.
Luego van a la sala con sillones que se ven cómodos, pero nadie parece sentarse ahí desde hace tiempo. En el jardín hay juguetes viejos y una mesa redonda para comer afuera que tampoco se ha usado. Los niños pasan de largo, sin asomarse.
La harina de las galletas que Mariana planeaba hace dos segundos se le va de la cabeza. Mientras caminan, la niñera anota fotos en las repisas. Ricardo y su esposa Lucía juntos, sonriendo, abrazados. Los niños son iguales a Lucía, especialmente Sofía. Mariana siente un n**o en la garganta.
Cuando terminan el recorrido, Ricardo le dice que mañana empiece a las 8 y la deja sola con los niños. En silencio, a solas con ellos por primera vez.
Habla con ellos otra vez con voz suave. Les pregunta cómo están. Nada, solo escuchas el eco de su voz en el pasillo. Eso le confirma que no es solo un tema de hambre. Algo pasó en casa. Sale del cuarto y ve a distancia a Ricardo sentado en su despacho. No la mira, pero ella siente su mirada. Baja la cabeza un instante y sigue su camino hacia la cocina, pensando en qué hacer para que esos niños coman.
Afuera, mientras el sol baja, las sombras crecen por la mansión. Y Mariana se pregunta si esos hilos de silencio podrán romperse con ella. Se queda un instante viendo una galleta que alguien dejó sin terminar en la encimera. Se la lleva a la boca y la prueba, insípida, pero hay una chispa de complicidad en el simple gesto. Cierra los ojos.
Esto apenas comienza.
Mariana se cambió de ropa rápido. Nada de uniforme, nada de parecer enfermera ni maestra estricta. Eligió unos jeans cómodos y una blusa clara. Se recogió el cabello y bajó a la cocina. Ahí conoció a Chayo, la cocinera, una señora de unos 60 años, seria, con voz grave.
Mariana se presentó con una sonrisa, pero Chayo apenas levantó la vista de los vegetales que estaba picando.
—¿Para qué te arreglas tanto? Aquí los niños ni te pelan y el señor menos —soltó sin filtro.
Mariana solo rió bajito. No le gustó el tono, pero decidió no engancharse. Mientras Chayo terminaba la comida, Mariana preguntó cómo les gustaba la comida a los niños.
—Les gustaba el arroz con plátano, pero eso era cuando Lucía estaba viva —dijo Chayo sin detenerse.
Mariana notó ese "les gustaba" como si ya no les gustara nada.
—¿Y qué comieron ayer? —preguntó.
—Nada.
Mariana se quedó callada. Chayo no parecía preocupada.
—Así son. No comen. Desde que se fallec su mamá, nadie los ha hecho comer. Ya pasaron cinco niñeras. Todas se fueron.
A Mariana le picó la curiosidad, pero no quiso parecer metiche. Se acercó a la mesa, limpió un poco el área y comenzó a poner los platos. El comedor estaba enorme, con una lámpara colgando que daba más sombra que luz. Puso servilletas con figuras de animales que encontró en un cajón.......
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