23/10/2025
Este chico pone a temblar a la industria petrolera. Crea gasolina casera usando plástico viejo y energía solar.
La historia de Julian Brown no es sobre reciclar plástico. Es sobre poder.
Es una demostración visceral de que el monopolio centenario de la industria petrolera se basa en una mentira: la mentira de que solo ellos pueden proporcionarnos la energía que necesitamos.
Hay un sonido que los titanes de la industria petrolera temen más que cualquier regulación gubernamental o protesta ecologista. Es el sonido silencioso de un joven, en un garaje anónimo, encendiendo una máquina que podría hacer que su imperio multimillonario se tambalee.
Ese joven es Julian Brown, y su «arma» no es un misil, sino un reactor artesanal que convierte la basura plástica en gasolina, utilizando nada más que la energía del sol.
El dispositivo al que él llama «plastoline», es una obra maestra tecnológica.
Utiliza un proceso conocido como pirólisis, que descompone el plástico a altas temperaturas en un ambiente sin oxígeno.
Al negar el oxígeno, el plástico no se quema ni produce cenizas. En cambio, las largas cadenas de polímeros que forman el plástico se rompen en moléculas más pequeñas y volátiles.
En esencia, el plástico revierte a su estado original: una mezcla de hidrocarburos, muy similar al petróleo crudo del que se fabricó.
La máquina de Brown es un sistema cerrado. Toma un producto de la industria petrolera (plástico) y lo convierte en el producto principal de esa misma industria (gasolina), utilizando una fuente de energía (solar) que la industria petrolera ha intentado marginar durante décadas. Es una bofetada poética y brutal.
La amenaza más profunda del invento de Brown no es el combustible en sí, sino el cambio de paradigma que representa. Su reactor no solo produce gasolina; produce productores