10/10/2025
Evangelio del día de hoy 📖 viernes 10 de octubre del 2025. Vigésimo séptima semana del Tiempo Ordinario - Año Impar
Primera lectura de la profecía de Joel 1,13-15; 2,1-2
Salmo 9,2-3.6.16.8-9 R/. El Señor juzgará el orbe con justicia
Lucas 11,15-26: El reino de Dios ha llegado a ustedes
"El que no recoge conmigo desparrama"
Cristo es ejemplo de la unión más plena, tanto con la divinidad, como con la humanidad. Comenzando por la naturaleza humana, asumida de la santísima virgen María en la encarnación, su unión con Dios permaneció total, inalterable y de ella resulta una sola persona divina. Una persona que es Dios verdadero y hombre verdadero.
La encarnación del Hijo de Dios se realiza en forma de rescate para dar al hombre vuelos de eternidad. El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito. Condicionado por las heridas del pecado, apenas encontraba fuerzas para conducir su vida con rectitud por los caminos terrenos y, en ellos, no se lograba saciar. Pero la omnipotencia divina salió al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27).
Pero el hombre no fue creado para vivir distanciado de Dios, sino unido a él: «Serás corona de adorno en la mano del Señor, y tiara real en la palma de tu Dios» (Is 62, 3). La redención se ha hecho por medio del abajamiento de Dios en la persona de la Palabra eterna: «Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2, 8).
La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían, asimismo, un signo del cielo. No advertían que lo había ya realizado en aquel acto, indicador de la llegada del reino de Dios. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.
Jesús no descansa en la llamada hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneos firmes» (Ef 6, 13).
F/ Dominicos.org