23/09/2025
Memorias
Se habían robado el ganado que pastaba en las alturas de Pacocha. Era setiembre, como ahora, y los cerros se teñían de amarillo por los pastos secos. Sentado sobre una enorme roca, papá Lucho, con el rostro ensombrecido por la sombra de su sombrero, miraba fijamente el horizonte, como si quisiera encontrar a los animales en el monte tupido. Yo, con apenas siete años, solo alcanzaba a comprender la tristeza que se dibujaba en sus ojos; por dentro, también lloraba.
Chak, chak… Su boca dejaba escapar ese sonido tan suyo, mezcla de reproche y maldición contra los abigeos. Sus manos iban y venían de la talega que contenía cancha y que reposaba sobre otra roca. Yo lo imitaba, y al rato el crujir de la cancha y el charqui en mi boca dejaban ese sabor único del fiambre de media mañana.
Aunque el recuerdo duele, porque al final del día nunca hallamos el ganado, evoco la figura de papá Lucho para volver a él en esta calurosa mañana del 23 de setiembre, en las alturas de Otuzco.
Miro al frente y encuentro un puente que une el pasado con el presente. Ese puente es mi memoria.