31/03/2025
𝐖𝐢𝐥𝐟𝐫𝐞𝐝𝐨 𝐎𝐬𝐜𝐨𝐫𝐢𝐦𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐩𝐞𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐏𝐨𝐝𝐞𝐫: 𝐔𝐧 𝐆𝐨𝐛𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐂𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐬𝐮 𝐏𝐫𝐨𝐩𝐢𝐨 𝐏𝐮𝐞𝐛𝐥𝐨
La grandeza de un líder no se mide por el tamaño de su cuenta bancaria ni por la arrogancia con la que se dirige a su gente. Se mide por su capacidad de inspirar, de unir, de construir. Y sin embargo, en Ayacucho, tenemos un gobernador que ha decidido gobernar desde el desprecio, desde el insulto, desde la negación de su propio origen. Wilfredo Oscorima, con su ya infame declaración, ha dejado claro que no se considera parte del pueblo que lo eligió.
Su afirmación de que solo el 2 % de las personas son exitosas y que el resto pertenece a la “manada” no es un simple desliz verbal. Es una confesión. Nos dice quién es realmente y, sobre todo, quién no quiere ser. Oscorima es el clásico caso del hombre que asciende desde la marginalidad y, en lugar de abrazar sus raíces, las repudia. No puede aceptar que alguna vez fue parte de esa “manada”, que alguna vez fue un niño sin recursos, sin educación, sin las oportunidades que ahora pisotea con su soberbia.
𝐄𝐥 𝐬𝐢́𝐧𝐝𝐫𝐨𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐬𝐭𝐨𝐫 𝐝𝐢𝐬𝐟𝐫𝐚𝐳𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐫𝐫𝐨𝐠𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚
La psicología ha estudiado extensamente a personas como Oscorima. Individuos que, al llegar al poder, desarrollan una compulsión por demostrar que lo lograron “por mérito propio”, aunque la realidad sea más compleja. No soportan la idea de que las conexiones, la suerte o incluso la corrupción hayan jugado un papel en su ascenso. Entonces, recurren a la narrativa del “hombre hecho a sí mismo” y, para sostenerla, necesitan desacreditar a los demás. Si el pueblo es mediocre, entonces él es extraordinario. Si los demás son la manada, entonces él es el elegido.
Pero detrás de esa fachada de éxito absoluto, lo que realmente encontramos es miedo. Miedo a ser descubierto, miedo a no estar a la altura, miedo a que su castillo de naipes se desplome. Quien es verdaderamente grande no necesita despreciar a los demás para demostrarlo. No necesita dividir entre “exitosos” y “fracasados”, entre “líderes” y “manada”.
𝐄𝐥 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐬𝐮 𝐩𝐫𝐨𝐩𝐢𝐨 𝐫𝐞𝐟𝐥𝐞𝐣𝐨
Lo más irónico es que Oscorima desprecia a quienes más se parecen a su versión del pasado. Los campesinos, los obreros, los estudiantes que aún buscan oportunidades en un país que les ha dado la espalda. Él no los ve como personas, sino como recordatorios de lo que fue, y eso lo atormenta. Es más fácil insultar al 98 % que aceptar que sin ellos no sería nada. Es más fácil llamarlos “mediocres” que mirarse en el espejo y reconocer la verdad.
Los líderes con vocación auténtica no se dedican a separar, sino a sumar. No ven en su pueblo una “manada”, sino un conjunto de individuos con historias, talentos y aspiraciones. Pero un hombre que se odia a sí mismo difícilmente podrá amar a su gente.
𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐞𝐠𝐮𝐧𝐭𝐚 𝐟𝐢𝐧𝐚𝐥
La verdadera interrogante no es qué piensa Oscorima de Ayacucho. La pregunta es: ¿qué piensa Ayacucho de Oscorima? ¿Un pueblo puede seguir confiando en alguien que lo ve como un estorbo? ¿Podemos seguir eligiendo líderes que nos menosprecian mientras piden nuestro voto?
El desprecio del gobernador es un insulto, sí. Pero también es una oportunidad. Oportunidad para reflexionar sobre el tipo de liderazgo que queremos. Oportunidad para demostrarle que el 98 % no es “la manada”, sino la verdadera fuerza que mueve Ayacucho. Oportunidad para que, la próxima vez que alguien como él quiera sentarse en el poder, nos aseguremos de que sea la voz del pueblo y no el eco de su propio ego.