11/12/2025
EL GOBIERNO PIDE AUXILIO AL FBI Y LA DEA MIENTRAS LA CRIMINALIDAD CELEBRA SU IMPUNIDAD
▪️El Estado admite indirectamente que perdió la batalla que juró tener bajo control.
El Gobierno peruano volvió a poner sobre la mesa una verdad incómoda que todos conocen, pero que nadie en Palacio suele admitir. En una escena digna de una serie policial, el presidente José Jerí recibió a agentes del FBI y la DEA como si estuviera pidiendo refuerzos para un país que lleva décadas perdiendo la batalla contra delincuentes que, para colmo, ni siquiera necesitan grandes estructuras, basta un celular, un mototaxi y un par de pistolas para poner de cabeza a una ciudad entera.
La reunión fue presentada como “consultiva”, “estratégica” y “de cooperación internacional”, aunque en esencia tuvo el mismo aire que tendría un alumno que llama a un primo mayor para que le explique un curso que lleva jalando desde la primaria. Los visitantes estadounidenses, académicos de la seguridad, graduados en capturar mafias globales y desarticular redes criminales multimillonarias, llegaron para escuchar al Perú confesar que su propio aparato estatal ya no da más.
Desde los servicios de inteligencia que no logran anticipar ni una pelea de barras bravas, hasta las fuerzas policiales que crean nuevas unidades como quien abre franquicias cada vez que aparece un tipo de delito, el panorama es tan repetitivo que ya parece parte del folclore local. En cualquier país, la inteligencia se anticipa; aquí, apenas comenta.
La delegación norteamericana, encabezada por José A. Pérez del FBI, encontró al Estado enumerando sus carencias como quien recita un rosario. Fronteras incapaces de detectar ni un camión mal estacionado, sistemas tecnológicos que envejecen más rápido que un celular pirata y una criminalidad que se multiplica como si hubiera encontrado el secreto del emprendimiento perfecto.
Jerí habló de un plan nacional de seguridad ciudadana, uno más en la larga lista de planes olvidados, que será presentado en enero de 2026. Dijo que será “concreto”, “fiscalizable” y “útil para el próximo gobierno”. Tres palabras que, en la tradición peruana, suelen significar exactamente lo contrario.
Pero lo que más llamó la atención no fue el anuncio del plan, sino el mensaje que, sin querer, quedó flotando en el aire; después de décadas de presupuestos millonarios, reformas policiales, direcciones especializadas, expertazos nacionales, discursos enérgicos y promesas de puño alzado, el país necesita que vengan desde afuera a explicarle cómo enfrentar a sus propios delincuentes.
Perú, que alguna vez presumió de tener los servicios de inteligencia más eficientes de la región, ahora recibe consultoría como si estuviera solicitando un rescate académico. Y mientras tanto, los criminales avanzan. No necesitan DEA, ni FBI, ni mapas satelitales; solo necesitan saber que las instituciones del país, las mismas que deberían combatirlos, siguen peleando con sus propios fantasmas.
Con la visita de la DEA y el FBI, el Perú abre la puerta a un hecho simbólico pero contundente y es que estamos reconociendo, casi sin querer, que no hemos podido con nuestros propios fenómenos sociales. Que la inseguridad creció más rápido de lo que crecieron nuestras capacidades. Y que, mientras seguimos probando “planes maestros”, la delincuencia opera con una eficiencia que el Estado ya quisiera tener.
Al final, la gran pregunta queda suspendida, incómoda, y casi dolorosa, ¿estamos invitando asesoría internacional para mejorar o para que nos expliquen cómo hacer lo que nunca hemos podido hacer solos?