06/04/2025
La Leyenda de Li Hua y la Casa Matusita🥶🥶
Cuentan los más viejos del barrio que, mucho antes de que se hablara de periodistas o apariciones modernas, la verdadera maldición de la Casa Matusita comenzó con una mujer llamada Li Hua.
Ella llegó a Lima desde Cantón a fines del siglo XIX, durante la época en que los primeros migrantes chinos, llamados culíes, eran traídos al Perú para trabajar en las haciendas de la costa. Pero Li Hua no era una trabajadora común: decían que era una médium, heredera de una antigua línea de mujeres que sabían leer los hilos del destino y caminar entre los mu***os.
Al llegar a Lima, Li Hua no buscó fortuna ni familia. Ella buscaba algo que solo aparecía en sus sueños desde niña: una casa en una tierra lejana, donde los espíritus lloraban en lenguas que no conocía. Cuando cruzó frente a la entonces oscura y abandonada Casa Matusita, supo que había llegado.La alquiló por casi nada. Nadie la quería. Nadie la había habitado en años.En el segundo piso instaló su altar con incienso, monedas antiguas, figuras de porcelana y papel rojo. Pronto comenzó a atender a gente de todos los rincones de Lima: criollos, indígenas, incluso militares. Todos iban a consultarle sobre su destino, o hablar con sus mu***os.
Pero con cada ceremonia, Li Hua se veía más delgada. Más ausente. Decían que hablaba en quechua sin haberlo aprendido jamás. Que a veces la veían sentada en el balcón, con la mirada perdida, murmurando nombres de personas desaparecidas hacía siglos.
Un día, cuando la luna se ocultó tras nubes densas, Li Hua cerró sus puertas al público. Los vecinos vieron humo negro salir del segundo piso y escucharon cánticos en una mezcla de chino antiguo y quechua ceremonial. Había colocado figuras hechas con huesos y sangre de llama.
Ella quería abrir la grieta entre este mundo y el otro, no solo para hablar con los mu***os, sino para traer a uno de ellos de vuelta: su madre, que había mu**to en un ritual similar en China cuando Li Hua era niña.Pero la casa no respondió como esperaba.
Esa madrugada, la casa tembló. Los vecinos juraron ver luces danzando tras las ventanas, como si una tormenta eléctrica ocurriera adentro. Nadie se atrevió a entrar.
Cuando finalmente las autoridades forzaron la puerta, no encontraron el cuerpo de Li Hua. Solo su altar, cubierto de cenizas, y un espejo agrietado que aún reflejaba su rostro… aunque no había nadie frente a él.
Desde entonces, la figura de una mujer de ojos rasgados y túnica roja aparece a veces en el segundo piso, flotando entre las sombras, con una expresión de profunda tristeza. A algunos curiosos les susurra cosas en chino. A otros, los mira directamente… y después se les aparece en sueños, llevándolos a un templo cubierto de nieve, donde se oyen gritos en lenguas muertas.
Epílogo
Algunos creen que Li Hua nunca se fue. Que logró abrir las puertas, pero no pudo cerrarlas, y quedó atrapada entre los mundos. Otros dicen que sigue allí, esperando que alguien complete su ritual.
Por eso, en ciertas noches de viento, cuando la luna no se deja ver, los faroles chinos que cuelgan frente a la Casa Matusita parpadean sin razón, como si respondieran a una presencia que solo algunos pueden percibir.