15/07/2025
Charles Darwin, el joven naturalista británico que cambiaría la historia de la ciencia, recorrió Brasil en 1832 como parte de su expedición a bordo del Beagle. Pero lo que vio en estas tierras lo marcó de por vida… no por su biodiversidad, sino por la brutalidad humana.
En Recife, escribió con repulsión:
> “¡Es una tierra de esclavitud y, por tanto, de decrepitud moral!”
Durante su paso por Maricá, en la Hacienda Itaocaia, presenció una escena que lo dejó sin aliento. Un grupo de esclavos fugitivos fue perseguido por cazadores. Al verse acorralada, una mujer anciana eligió lanzarse por un acantilado antes que ser capturada. Darwin, conmovido, escribió:
> “Realizado por una matrona romana, este acto se interpretaría como amor a la libertad. Pero viniendo de una mujer negra pobre, dijeron que no era más que un gesto grosero”.
El horror no acababa allí. En Recife, fue testigo del castigo diario a un joven mulato golpeado salvajemente por su amo. Años después, escribió:
> “Hasta el día de hoy, cuando oigo un grito de madrugada, pienso que es un esclavo brasileño y tiemblo por completo”.
En Salvador y Río, las amas de casa destrozaban los nudillos de sus esclavos con martillos, antes de asistir a misa a proclamar su fe.
La experiencia fue tan devastadora que Darwin juró no volver jamás a un país esclavista. En sus Viajes de un naturalista, dejó constancia de aquello que lo estremeció más que cualquier tormenta marina: la violencia legalizada contra los más vulnerables.
Y mientras el mundo lo recuerda por su teoría de la evolución, hay un Darwin menos citado, pero igualmente lúcido: el que vio la esclavitud de frente… y nunca la olvidó.