02/11/2025
"ESENCIA DEL INQUISIDOR" EN LA POESÍA DE JAVIER DÁVILA DURAND
ESCRIBE: Jorge Nájar
Las Cédulas del Inquisidor es el libro de mayores ambiciones, tanto ideológicas como formales, concebido por el poeta Javier Dávila Durand (San Pablo, orillas del río Amazonas, 1936 – Iquitos, 2024). Si bien el poeta no alcanzó a publicarlo en vida, yo tuve la oportunidad de confrontarme con una de sus versiones a fines del siglo XX en una de mis repentinas apariciones por Iquitos. Tan pronto como nos encontramos en su ciudad, Javier me invitó a leerlo. Me encerré en la casa de su suegra y leí su vigoroso manuscrito, enraizado en la historia y en la lengua, una lengua que por momentos es parodia del lenguaje del renacimiento y en otras parodia del habla popular del país. Le dije que su libro rompía con la escritura que él mismo había adoptado en su larga bibliografía. Y agregué que ya no había que mover ni una coma de un conjunto en el que cada uno de los elementos a mí me parecía que sonaban armónicos. Pero pese a mi entusiasmo no vi el libro por ninguna parte. No sé por qué. O tal vez Javier no me creyó y por lo tanto no se puso a buscar editor, y siguió poniendo en marcha la maquina de afinamiento.
Desde el título el lector comienza interrogándose sobre la figura del inquisidor. ¿Quién es el inquisidor en este libro? ¿Es el autor? ¿Es una metáfora? Desde su creación como uno de los emblemas de la burocracia eclesial, el inquisidor nunca ha tenido buena aureola en ninguna parte del mundo. Vinculado a las tragedias de la historia, inicialmente fue un clérigo designado a los juzgados para extirpar herejías y heterodoxias ideológicas y otros asuntos rechazados por la iglesia. En Las Cédulas del Inquisidor, el poeta Javier Dávila Durand nos enfrenta con ese enorme problema: deslindar quién es quién en ese entramado. ¿Cuál es el rol en su libro de esta figura poco apreciada en la historia? ¿Es posible la existencia de un inquisidor transhistórico e incluso transcultural?
Ha ahí el desafío.
Si bien el discurso poético de este libro se refiere a ellos en general, a los inquisidores de idolatrías, para el poeta Dávila Durand las raíces de la verdad histórica no son solo los documentos dejados por los testigos de la conquista y colonia, sino sobre todo las “voces” y los comportamientos de varios de ellos pero reciclados en este poemario al ser tratados como clamores escapados del in****no de la evangelización. Si la crítica histórica se interesa más bien en la verosimilitud, el poeta los considera por haber sido o simplemente por ser atributos, singularidad o propiedad de la vida. En su caso no se trata de encontrar la verdad histórica como una perspectiva de racionalidad donde la explicación, la razón, discrimina entre la verdad y la falsedad. Se trata de poner ante nosotros la intensidad de las voces seleccionadas para trazar el recorrido de esa figura eclesial.
Entrando en detalles y precisiones vemos que la primera parte se compone de 10 poemas que aluden a problemas relacionados con el poblamiento, la evangelización, la crueldad, la codicia y la lujuria de los clérigos y conquistadores recién llegados al nuevo continente. La voz que de entrada oímos es la de Bartolomé Marín, participante “en las bárbaras jornadas de Zumaco”. Sostiene Bartolomé Marín que en su oportunidad prestó ayuda “al capitán general de Omagua y El Dorado, en busca del País de la Canela...” Y vista su situación en el momento de expresarse, solicita al rey la devolución de la ayuda “habida cuenta, señor, el tanto esfuerzo y… tantas muertes que fize para bos, y tanta vida mía que le dí, y para nada…”. El inquisidor en cuestión pide ser pagado por los asesinatos cometidos. Otra de las voces es la de Lope de Aguirre, y en este caso esa “voz” da cuenta de su muy conocida rebelión: “me salgo de tu obediencia, ansi, yo, manco de mi pierna derecha y más rebelde hasta la muerte, por tu ingratitud”. Si bien hasta aquí estamos ante un inquisidor identificado con los actos del pasado, hay que señalar que no toda esta sección abunda en temas de la crueldad y cobro de deudas reales o imaginarias. Así tenemos esta mezcla de cinismo y sentido del humor:
LA PREGUNTA
“Acostándose buenos,
sanos,
gordos,
sin achaques
ni dolor alguno,
a la medianoche,
repentinamente
les asalta la muerte.
“¿Es que estos infieles
tienen alguna magia
para huir
ansi de fácil
de la vida tanta
que les da el Señor?”.
La sección El otro inquisidor se abre con un poema en el que la voz del hablante es la de un amazónico en la ciudad de Nueva York. Es prácticamente la voz del poeta. Y la actitud de este “inquisidor” es la del asombro ante el gigante urbano:
“Nueva York, Nueva York
te veo
y no lo creo.
…
He dejado mi oficio de navegante
sobre una balsa.
Aquí me apura un río más largo
que el tajo de tus avenidas.
…
Ciudad de buitres y cocodrilos,
Nueva York, Nueva York.
Guiñapo de monte abominable
el Center Park.
Te miro, Nueva York.
Te veo.
Mis ojos despedazan tu nombre.”
El inquisidor de nuestro días va dando cuenta de lo que en su opinión, en su sentimiento, son las exageraciones de la modernidad: la polución, la asfixia de la naturaleza, la miseria humana, el cambio de nombre e incluso de identidad de los inmigrantes, el odio de sí mismos y el cambio de color de algunos negros, las formas de resistencia cultural. En medio de todo ese tumulto nos presenta casos de peruanos, mexicanos y otros inmigrantes refundidos en esos espacios. Y para no caer en la misma rueda del infortunio, el inquisidor amazónico afirma:
“Por eso me voy de este país
oscuro
como el incesto;
me voy de sus yermos parajes,
de los condados que semejan corredores
de hospital.
Me voy de este país que suicida al corazón.”
La tercera sección, la de Las reales transcripciones…. se compone de una serie de cantos, testimonios del profundo mestizaje ocurrido en los Andes, en la Amazonía, en la materia misma de la vida, en las creencias. Entre los cantos testimonio de lo hasta aquí señalado destacan con luz propia los llamados ícaros de los ritos iniciáticos del curanderismo entre las poblaciones ribereñas del universo fluvial amazónico. Pero donde mejor plasma la voz del poeta es en los poemas de la resistencia. He aquí tan solo uno:
POEMA PARA RESISTIR
Bajo cero, y al calor
bajo tierra, crece la papa.
Así queremos resistir.
Resistir el viento de cuchillos.
Resistir.
Resistir el peso de los Andes,
como la papa. Resistir.
Que se vuelva piedra el polvo;
la nieve, río de tempestad;
huayco, el odio;
la soldadesca, plaga sin fin.
Y resistir.
Como la papa. Resistir.”
Todo lo antes señalado nos lleva a reformular la idea, la imagen, el concepto del inquisidor. Si bien inicialmente las cédulas a las que alude corresponden con las de la figura histórica creada por la Iglesia Católica durante los años terribles de La Inquisición, en la versión del poeta Dávila Durand esta imagen también encarnaría en la de los inmigrados marginalizados dentro de la sociedad industrial. Y él, ante esa situación, asume posturas de profundo cuestionamiento al álgido problema de los efectos de la inmigración. Se trata de un inquisidor moderno, un inquisidor de la historia, en el sentido de cuestionar los estragos provocados por la colonización de ayer, ahora y siempre.
Globalmente, en esta poética, el bien es lo que está en vida, lo que ha vivido, lo que tiene existencia; el concentrado en los efectos del mestizaje. Así la realidad histórica es la vida misma como cualidad de la naturaleza, no como expresión de una metáfora. En el poemario Las cédulas del Inquisidor la vida no se busca a sí misma, ella se recrea a sí misma. Por eso la “verdad” en este caso, así como la figura del inquisidor transhistórico y transcultural, es poética. Hay una realidad infinitamente más grande que toda realidad, algo que masacra e incendia todas las apariencias.
Foto1: Javier Dávila junto a Ernesto Cardenal camina por la selva. Los acompaña Jaime Vásquez Valcárcel Valcárcel.
Foto 2: En una maloca Javier Dávila conversa con Ernesto Cardenal.
Foto 3: Los poeta César Calvo y Javier Dávila.
Foto 4: En una de sus ultimas apariciones públicas Javier Dávila escucha uno de su poemas musicalizado por Luis Salazar. Observa el autor de esta nota.