23/10/2025
𝗬𝗼𝗹𝗮𝗻𝗱𝗮 𝗭𝘂𝗿𝗶𝘁𝗮, 𝗹𝗮 𝗺𝘂𝗷𝗲𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝘂𝗰𝗵𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝗹𝗶𝗺𝗽𝗶𝗮𝗿 𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘁𝗮𝗺𝗶𝗻𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗮𝗺𝗯𝗶𝗲𝗻𝘁𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗟𝗮 𝗢𝗿𝗼𝘆𝗮
Tras más de dos décadas de lucha y pese a las amenazas que enfrentó, Yolanda Zurita mantiene viva la esperanza de ver renacer a La Oroya, una ciudad marcada por la contaminación y la resiliencia de su gente.
Yolanda Zurita, de 65 años, es oroína de nacimiento. Desde hace más de 25 años lucha por la salud de los residentes de La Oroya, ciudad afectada por la contaminación con metales pesados y tóxicos desde la instalación del Complejo Metalúrgico de La Oroya (CMLO) en 1922.
Cuando Yolanda Zurita era niña le resultaba natural el paisaje tóxico de La Oroya, su ciudad natal, que observaba con mirada inocente: cerros calcinados y casas pequeñas atrapadas entre las emisiones de dióxido de azufre y plomo. Todo eso formaba parte de su cotidianidad, en la ciudad afectada por la contaminación con metales pesados y tóxicos desde la instalación del Complejo Metalúrgico de La Oroya (CMLO) desde 1922. Desde hace 25 años, Zurita inició esta lucha por limpiar la contaminación ambiental.
Fue al salir de La Oroya —ciudad que en 2011 fue considerada la segunda más contaminada del mundo por el Instituto Blacksmith— que Yolanda comprendió cuán esenciales son las áreas verdes y la vida animal para un entorno saludable. Su padre, Epifanio Zurita, trabajó en el CMLO cuando la empresa estaba a cargo de Cerro de Pasco Corporation, y luego bajo la administración de Centromin.
Yolanda Zurita empezó a sufrir convulsiones en la universidad
Años después, su papá sufriría las mismas enfermedades que ella había padecido durante mucho tiempo: las convulsiones. Este hecho marcó profundamente a Yolanda. Los médicos le dijeron que su padre, posteriormente, quedaría inválido y estaría postrado en cama. “Yo sabía lo que era sufrir eso”, resalta. Cuando recurrió a centros médicos de Lima y Huancayo para el tratamiento de su papá, le dijeron que su enfermedad se debía a la contaminación. En esta última ciudad, solicitó algún tipo de evidencia científica para acreditar que su papá había fallecido por la contaminación, pero le recriminaron por pedirlo. “Se alteró y me dijo: ‘Después van a estar denunciando a la empresa’”.
Las convulsiones de Zurita comenzaron cuando estudiaba en la Universidad Nacional del Centro, Huancayo, en la década de 1970. Si bien el año no lo recuerda con exactitud, la fecha es imborrable: 29 de junio. Se encontraba tomando lonche con su hermana, esperando para ir a una fiesta patronal en San Agustín de Cajas cuando aparecieron los primeros síntomas: tartamudez, dificultad para hablar y la sensación de que el labio se le torcía hacia un lado. “Ahí perdí el conocimiento”, rememora.
En el centro de salud, el médico le diagnosticó un daño cerebral, pero nunca le mencionó que el origen de sus convulsiones estaba relacionado con la contaminación. Esa verdad la conocería muchos años después. Fue en el año 2000 cuando Yolanda Zurita empezó a relacionar las consecuencias de las emisiones de plomo generadas por Doe Run Perú, empresa que en ese momento tenía el control del CMLO.
La Doe Run llegó al Perú en el año 1997, durante la política de privatización impulsada por el gobierno de Alberto Fujimori. Esta empresa adquirió el Complejo Metalúrgico de La Oroya y se vería envuelta en constantes críticas por la ampliación recurrente de los Programas de Adecuación Ambiental (PAMA) y los altos niveles de contaminación generados durante su administración, los cuales superaban los Estándares de Calidad Ambiental (ECA). La empresa se declararía en quiebra en 2009 y pasaría a manos de sus extrabajadores en 2022, para luego ser renombrada como Metalurgia Business Perú S.A.
¿Cómo Yolanda Zurita se entera de los riesgos a la salud de los metales en los residentes de La Oroya?
En la parroquia de La Oroya, Yolanda se desempeñaba como agente pastoral. Ese mismo año, la Asociación Interamericana para la Defensa del Medio Ambiente (AIDA) realizó un evento en el que se expusieron los riesgos para la salud a los que estaban expuestas las personas al respirar metales pesados. Así fue como comenzó a vincular los diversos males que afectaban no solo a ella, sino también a sus vecinas, vecinos y niños de La Oroya. “Empezamos a informarnos”, recuerda.
En 2005, un grupo de especialistas liderado por Hugo Villa realizó un estudio que reveló que, de 93 niños de La Oroya, el 25% nacían con niveles elevados de plomo en la sangre por encima de los permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El plomo puede causar daños graves en los niños como problemas de aprendizaje, problemas de comportamiento, perjuicios en el crecimiento y, en exposiciones elevadas, convulsiones e incluso la muerte. Ante la evidencia y la vulneración de derechos en su ciudad de origen, un grupo considerable de residentes fundó en 2001 el Movimiento por la Salud de La Oroya (MOSAO). “Nosotros nunca buscamos el cierre de la empresa”, recalca siempre Yolanda.
Tras recurrir al Ministerio de Salud y constatar que no recibían respuesta, llevaron su demanda hasta el Tribunal Constitucional (TC), que falló a su favor en el 2006. Sin embargo, al no cumplirse plenamente las medidas exigidas al Estado peruano y tras agotar todas las vías legales en el país, llevaron el caso en 2007 ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Las amenazas contra Yolanda Zurita
Durante ese proceso, Yolanda Zurita recibió diversas amenazas: desde cartas con mensajes de muerte que llegaban a la puerta de su hogar, hasta llamadas telefónicas en las que intentaban amedrentarla por, supuestamente, promover el cierre de la empresa (Doe Run Perú) responsable de las emisiones de metales pesados desde la conocida gran chimenea.
Incluso se difundieron volantes con su nombre, en los que la señalaban de impulsar el cierre del complejo. “Gusanos como ella deben desaparecer”, le decían en los folletos. En algún momento fue declarada persona no grata en La Oroya. “Una vez, un vecino que trabajaba en la empresa se me acercó y me dijo: “Tú tienes la culpa. Vas a ver que todos los trabajadores y yo te vamos a violar””, recuerda con profundo pesar. De ese hecho, su familia se enteraría años después, cuando Yolanda relató las amenazas que sufrió en la audiencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Hubo momentos también la amenazaron con golpearla físicamente. “Un día estaba con mi mamá caminando en Marcavalle (La Oroya). Había una manifestación y una señora vino con ira a golpearme”. Afortunadamente, otras personas la detuvieron para evitar algún tipo de agresión física.
A pesar de las amenazas, Yolanda nunca denunció a nadie. No fue por miedo, aclara, sino porque comprendía que actuaban en defensa de su trabajo. “Ellos sufrían más que yo”, declaró. Pidió garantías de seguridad, pero nunca se las otorgaron, ya que debía presentar pruebas de las personas que la habían amenazado. Por esa razón, no podía caminar con tranquilidad por las calles de La Oroya. En su casa, lloraba en silencio por todo lo que le tocaba vivir. Pero nunca se rindió. Sabía que el camino valía cada sacrificio, cada insulto, cada amenaza con tal de que, en el futuro, La Oroya esté libre de contaminación.
Sus hermanos la apoyaron en un principio, pero por miedo y la salud de sus padres le pidieron que desistiera. “Me decían ‘salte de ahí, ya has hecho suficiente’”. Sin embargo, nunca se rindió. Sabía que el camino valía cada sacrificio, cada insulto, cada amenaza, cada viaje, con tal de que, en el futuro, La Oroya esté libre de contaminación.
Las esperanzas de Yolanda Zurita tras la sentencia de la CIDH
La sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, notificada al Estado peruano el 22 de marzo de 2024, en la que se le responsabiliza por violar derechos humanos debido a la contaminación ambiental, representó una luz de esperanza frente a tantas problemáticas. Es el resultado de un largo y paciente trabajo colectivo. Y además el fallo marca un precedente, pues establece por primera vez criterios claros sobre cómo deben actuar los Estados frente a la contaminación del aire, el agua y el suelo causada por empresas, sean públicas o privadas.
Si bien aún faltan muchas medidas por implementar, más de un año después de emitida la sentencia, Yolanda Zurita es consciente de que no llegará a ver una Oroya libre de contaminación. Pero espera que las futuras generaciones sí puedan disfrutarla: “Ánimo, hay que levantarnos, hay que seguir adelante. La base ya está. Está en sus manos, jóvenes, que encaucemos nuestra querida La Oroya, nuestro Perú y nuestro continente”.