Encuentro con Dios y Jesús

Encuentro con Dios y Jesús ¡Bienvenido, alma bendita! Gracias por unirte a esta comunidad de fe y esperanza. Aquí compartimos oraciones, mensajes de amor y reflexiones guiadas por Dios.

Si deseas apoyar esta misión, hazte fan y sigamos juntos llevando luz a muchos corazones. Muy a menudo vemos que las personas dejan de luchar por sus sueños, se limitan a buscar algo mejor y todo se los lleva a vivir vidas a penas tolerables en esta pagina tenemos la mejor intensión de potenciar a esas personas para que den el salto y golpe para que logren todo lo que se propongan.

Deja de llorar ❤️
12/09/2025

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Entrégame tu vida 🙏🏻
12/09/2025

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Amén ❤️
09/09/2025

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Oración del LUNES 8 🙏🏻
08/09/2025

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Deja Entrar a Dios en tu CorazónEl corazón humano es el lugar más íntimo y profundo de nuestra vida. Allí guardamos nues...
08/09/2025

Deja Entrar a Dios en tu Corazón

El corazón humano es el lugar más íntimo y profundo de nuestra vida. Allí guardamos nuestros pensamientos, sentimientos, heridas, sueños y decisiones. La Biblia enseña que de él mana la vida: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Por eso, cuando abrimos nuestro corazón a Dios, le permitimos entrar en lo más sagrado de nuestro ser, en el centro donde se define nuestro destino eterno.

Jesús mismo expresó este deseo de entrar en nuestra vida. En el libro de Apocalipsis encontramos una de las invitaciones más tiernas y poderosas: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Esta imagen nos muestra al Señor como alguien que no forza la entrada, sino que espera pacientemente, tocando a la puerta de nuestro corazón, deseando tener comunión íntima y personal con nosotros.

Cuando dejamos entrar a Dios en nuestro corazón, no solo recibimos paz y consuelo, sino también una transformación profunda. Su Espíritu Santo empieza a obrar en nosotros, quitando lo viejo y creando algo nuevo. Como está escrito: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Abrirle el corazón a Jesús significa permitir que su luz disipe nuestras tinieblas, que su amor sane nuestras heridas y que su verdad guíe nuestro camino.

No importa el pasado, ni los errores cometidos, ni las cadenas que puedan atar el alma. Dios no busca un corazón perfecto, sino un corazón dispuesto. El salmista lo entendió claramente cuando dijo: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmos 34:18). Un corazón humilde y arrepentido siempre encontrará la gracia y el abrazo del Padre celestial.

Hoy, Dios sigue llamando a la puerta. No lo hace con imposición, sino con amor, con paciencia, esperando que cada uno de nosotros le diga: “Señor, ven a mi vida, toma mi corazón y hazlo tuyo”. Esa decisión es el inicio de una nueva historia, porque quien abre su corazón a Cristo nunca volverá a ser el mismo.

La Salvación en Cristo JesúsLa salvación es el regalo más grande que Dios ha entregado a la humanidad. La Biblia nos ens...
08/09/2025

La Salvación en Cristo Jesús

La salvación es el regalo más grande que Dios ha entregado a la humanidad. La Biblia nos enseña que todos los seres humanos hemos pecado y, por tanto, estábamos separados de la gloria de Dios. Sin embargo, en su infinito amor y misericordia, el Señor preparó un camino para que el ser humano pudiera reconciliarse con Él. Ese camino es Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vino al mundo a entregar su vida por nosotros. Como dice la Escritura: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

No se trata de algo que podamos alcanzar con nuestras fuerzas ni por nuestras obras, pues la salvación no es mérito humano, sino un don divino. El apóstol Pablo lo expresa claramente: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Esto significa que la salvación no es una recompensa por lo que hacemos, sino un regalo inmerecido que solo recibimos al creer en Jesucristo.

Jesús mismo afirmó que Él es el único camino que lleva al Padre: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). No existen otros medios de alcanzar la vida eterna, pues solo en Cristo encontramos perdón, gracia y redención. Fue en la cruz del Calvario donde derramó su sangre para limpiar nuestros pecados y abrirnos las puertas de la vida eterna. Como dice la Palabra: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

La manera en que recibimos esta salvación es por medio de la fe y la confesión de nuestra boca. La Biblia declara: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los mu***os, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10). Esta es la seguridad que tenemos en Cristo: que al recibirlo y creer en Él, pasamos de muerte a vida, y ya nada ni nadie podrá arrebatarnos de sus manos.

El amor de Dios fue tan grande que entregó lo más precioso que tenía: su Hijo unigénito. Así lo expresa el versículo más conocido de las Escrituras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Jesús no vino para condenar al mundo, sino para salvarlo y ofrecer a todos una esperanza real de eternidad.

Por eso, la salvación no es solo un concepto religioso, sino una experiencia viva. Es el nuevo nacimiento del alma, es pasar de la oscuridad a la luz, de la esclavitud del pecado a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El apóstol Juan lo confirma diciendo: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12).

Recibir a Cristo es el inicio de una nueva vida, una vida transformada por el poder del Espíritu Santo y asegurada en la eternidad. La salvación no solo garantiza nuestro destino eterno, sino que también nos concede paz, gozo y propósito mientras caminamos en esta tierra. Hoy, la invitación sigue abierta para todos los que desean recibir a Jesús en su corazón: Él está tocando a la puerta y quiere darte vida abundante y eterna.

08/09/2025

Si el mundo se pone en tu contra, recuerda que quien creó el mundo nunca lo hará

El Gran Amor de JesúsHay amores que se desvanecen con el tiempo, amores que cambian según las circunstancias, amores que...
04/09/2025

El Gran Amor de Jesús

Hay amores que se desvanecen con el tiempo, amores que cambian según las circunstancias, amores que ponen condiciones. Pero existe un amor que no tiene medida, que no conoce límites, que nunca se agota. Ese amor tiene un nombre que trasciende la eternidad: Jesús.

📖 “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9).

El amor de Jesús no nació en la cruz. La cruz fue la máxima expresión, pero ese amor existía desde antes de la creación del mundo. Antes de que fueras formado en el vientre de tu madre, ya eras amado. Antes de que dieras tu primer respiro, ya estabas en sus planes. Antes de que pecaras, ya había preparado un Salvador para ti.

Ese amor lo llevó a dejar su trono de gloria y descender a este mundo. El Rey eterno se hizo hombre, se vistió de humildad, nació en un pesebre y caminó en medio de nosotros. Tocó a los enfermos, abrazó a los rechazados, perdonó a los pecadores y levantó a los caídos. Cada palabra que salió de su boca llevaba la esencia de su amor: “Vengan a mí todos los que están cansados y cargados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28).

Jesús no solo habló de amor, lo vivió. Amó a los que nadie amaba, defendió a la mujer adúltera, sanó al ciego, al leproso y al paralítico, multiplicó el pan para la multitud hambrienta, lloró junto a Marta y María cuando su hermano Lázaro murió, mostrando que su amor no es indiferente al dolor humano. Ese mismo Jesús sigue llorando contigo, sigue extendiendo su mano hacia ti y sigue multiplicando la esperanza en tu vida.

📖 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

En la cruz, el amor de Jesús alcanzó su máxima expresión. Allí no lo sostuvo el hierro de los clavos, sino la fuerza de su amor por ti. Cada herida llevaba tu nombre. Cada gota de sangre derramada gritaba: “Lo amo, la amo, y vale la pena pagar el precio”. La cruz fue el lugar donde se firmó el pacto eterno entre Dios y la humanidad, un pacto sellado con sangre, no con tinta.

Pero ese amor no se detuvo en el dolor. El tercer día, la tumba vacía se convirtió en el triunfo más grande de la historia. La resurrección de Jesús no solo venció la muerte, también confirmó que su amor es más fuerte que cualquier poder, que nada ni nadie puede separar a sus hijos de Él.

📖 “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).

Ese amor de Jesús no se ha apagado con los siglos. Hoy sigue tocando corazones, sigue transformando vidas, sigue rompiendo cadenas. Es un amor que alcanza al perdido, que restaura al quebrantado, que levanta al que piensa que ya no tiene fuerzas.

¿Sabes qué es lo más hermoso? Que no importa quién seas, lo que hayas hecho, cuán lejos hayas estado. Ese amor te busca. Ese amor te llama. Ese amor no se cansa de esperar.

Jesús no te ama porque eres perfecto, te ama a pesar de tus imperfecciones. No te ama por lo que tienes, te ama por lo que eres: su hijo, su hija, su tesoro. Ese amor es incondicional, eterno e infinito.

📖 “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).

El gran amor de Jesús no es solo un sentimiento, es poder que cambia tu vida. Es consuelo en la angustia, paz en la tormenta, esperanza en la oscuridad. Es el amor que te levanta cuando caes, que te abraza cuando lloras, que te fortalece cuando no puedes más.

Ese amor es tan grande que nunca se olvida de ti. Aunque el mundo entero te dé la espalda, Jesús permanece. Aunque los amigos se vayan, Jesús permanece. Aunque las fuerzas se acaben, Jesús permanece. Porque su amor no depende de lo que tú hagas, sino de lo que Él ya hizo en la cruz.

Hoy, Jesús te dice: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). Él dio su vida por ti y hoy sigue cuidando de tu alma. No te sientas indigno de ese amor, no lo rechaces pensando que no eres suficiente. Ese amor se derrama sobre ti tal como eres, y es justamente ese amor el que te transforma en lo que debes ser.

Jesús es la prueba viviente de que el amor verdadero existe. No un amor pasajero, no un amor condicional, no un amor que se apaga. Su amor es eterno, poderoso, puro y santo.

Deja que ese amor inunde tu vida. Deja que te sane, que te limpie, que te haga nuevo. Porque al final, lo único que realmente sostiene, lo único que da sentido, lo único que permanece para siempre… es el gran amor de Jesús.

Dios, un Padre celoso que no comparte a sus hijosLa Biblia es clara cuando nos habla del carácter de Dios. No solo es am...
04/09/2025

Dios, un Padre celoso que no comparte a sus hijos

La Biblia es clara cuando nos habla del carácter de Dios. No solo es amor, justicia y misericordia; también se nos revela como un Dios celoso. Y es necesario entender bien lo que esto significa, porque en esos celos se esconde un amor tan grande, tan puro y tan apasionado, que no se conforma con la mitad de nuestro corazón.

📖 “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, un Dios celoso” (Deuteronomio 4:24).

Cuando Dios dice que es celoso, no está hablando de un celo humano cargado de inseguridad o egoísmo. Habla de un celo divino, un celo de amor, un celo que busca nuestra salvación. Él sabe que lejos de su presencia nos perdemos, y por eso nos llama con insistencia. Su celo es como el de un padre que no soporta ver a su hijo en manos de lo que lo destruye.

Dios no comparte a sus hijos con los ídolos, porque sabe que los ídolos no salvan. Los hombres han levantado imágenes, estatuas y figuras para inclinarse ante ellas, pero la Palabra de Dios es clara:

📖 “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Éxodo 20:4-5).

Él es celoso porque no quiere que sustituyas al Creador por lo creado. No quiere que cambies la gloria del Dios vivo por figuras hechas de madera, piedra o metal. El apóstol Pablo lo expresó con claridad: “Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:23).

Cuando alguien se inclina ante una estatua, su corazón se aleja de la verdad. Y el celo de Dios arde, no porque Él tema perder poder, sino porque su amor no soporta verte postrado ante algo que no oye, no ve y no puede responder. Él clama: “Yo soy Jehová, este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8).

El celo de Dios es protector. Nos dice: “No veneres lo que no tiene vida. No entregues tu confianza a lo que no puede salvarte. No pongas tu fe en lo que fabrican las manos del hombre. Vuelve a mí, porque yo soy el único Dios verdadero, y mi gloria no la comparto con nadie”.

Mira al pueblo de Israel. Una y otra vez se desviaron tras los ídolos, y una y otra vez Dios los llamó de regreso. Cuando levantaron el becerro de oro en el desierto, la ira y el celo del Señor se encendieron, porque habían cambiado al Dios que los sacó con mano poderosa de Egipto por una estatua muda. Esa escena no fue solo historia antigua, es advertencia viva: no pongamos nada en el lugar que solo le pertenece a Dios.

📖 “Ellos me movieron a celos con lo que no es Dios; me provocaron a ira con sus ídolos” (Deuteronomio 32:21).

Hoy, los ídolos no siempre tienen forma de estatua. A veces son el dinero, el poder, la fama, la apariencia, incluso personas que ocupan el primer lugar en el corazón. Todo lo que amamos más que a Dios se convierte en un ídolo. Y Él sigue siendo celoso, sigue llamándonos a entregar nuestro corazón entero.

El celo de Dios también es ternura. Porque detrás de esa pasión está un amor eterno. Él no nos quiere dividir, nos quiere completos. No quiere que repartamos nuestra fe entre su Palabra y las supersticiones. No quiere que mezclemos su altar con prácticas que no honran su nombre.

Por eso, cuando decimos que Dios es celoso, también decimos que es fiel. Que no nos abandona, que no se rinde con nosotros, que nos sigue llamando aunque nos alejemos. Su celo nos disciplina, pero su amor nos levanta.

📖 “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).

Dios es un Dios celoso porque sabe que lo necesitamos a Él y solo a Él. Él no quiere tu corazón dividido ni tu fe repartida. Quiere ser tu todo, porque Él mismo se entregó por completo cuando envió a su Hijo Jesucristo a la cruz.

Hermanos, recordemos que no hay mayor honra que darle a Dios lo que le pertenece: toda la gloria, toda la adoración, toda nuestra vida. No veneremos lo que no puede salvarnos, adoremos al único que venció la muerte y que vive para siempre.

Él es nuestro Dios celoso, nuestro Padre apasionado, nuestro Salvador eterno. Y su celo no es para destruirnos, sino para rescatarnos y guardarnos hasta el fin.

Las pruebas que enfrentamos y el Dios que nos levanta📖 “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al m...
04/09/2025

Las pruebas que enfrentamos y el Dios que nos levanta

📖 “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Hijos míos, cada prueba que enfrentáis no llega sin un propósito. Las lágrimas que derramáis no son invisibles para mí, y los silencios de vuestro corazón son escuchados en mi trono. Yo soy el Dios que prueba, pero también el Dios que sostiene y restaura.

Mirad la vida de Job. Un hombre íntegro, temeroso de Dios y apartado del mal. Satanás pensó que su fe dependía de sus riquezas, de su familia y de su bienestar. Por eso pidió permiso para tocar su vida. En un solo día perdió todo: sus bienes, sus hijos, su salud. Y aun así declaró: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).

Job se sentó en ceniza, cubierto de llagas, escuchando palabras duras incluso de su esposa y de sus amigos. Sin embargo, aunque cuestionó, aunque lloró y se quebró, nunca dejó de mirar hacia mí. Al final pudo decir: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). ¿Entendéis? La prueba no lo destruyó, lo acercó más a mí.

Así sucede también con vosotros. Cuando la vida os sacude, cuando sentís que el suelo desaparece bajo vuestros pies, recordad: Yo sigo siendo vuestro refugio. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmos 23:4). No hay noche tan oscura que pueda apagar la luz de mi presencia.

Las pruebas son parte de la vida cristiana. El apóstol Pedro lo dijo: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo” (1 Pedro 4:12-13). Lo que hoy lloráis, mañana será testimonio de mi fidelidad.

La prueba p**e vuestro carácter. Como el oro que pasa por el fuego, así también vuestra fe es refinada. “En esto os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).

Mirad lo que dice Santiago: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12). No hay prueba eterna, pero sí hay recompensas eternas para los que permanecen fieles.

Yo sé que duele perder lo que amas. Sé lo que significa ser traicionado, burlado, rechazado. Mi Hijo Jesús también pasó por el fuego de la prueba: fue tentado en todo, lloró en Getsemaní, cargó la cruz y soportó la humillación. Pero en esa aparente derrota, conquistó la victoria más grande. Así os digo: vuestra prueba puede parecer amarga ahora, pero es el camino hacia un fruto glorioso.

No penséis que las pruebas son castigos. Yo no quebranto para destruir, sino para formar. Yo no permito el dolor para abandonaros, sino para mostraros que mi gracia es suficiente. “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

Hijos, mirad más allá del presente. Cada lágrima está sembrando esperanza, cada batalla está construyendo fortaleza, cada herida será sanada por mi amor. “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).

Recordad a Job: al final de su proceso recibió el doble de lo que había perdido. Esa es mi promesa para quienes no se rinden: restauración, multiplicación y victoria. Yo soy fiel para devolver lo que el enemigo intentó robar.

Por eso os digo: no os desaniméis. Soportad la prueba, permaneced firmes. Vuestro dolor no es en vano, vuestra fe no será olvidada, y vuestras lágrimas serán convertidas en gozo.

📖 “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmos 126:5).

El tesoro de los pequeños en el corazón de Dios📖 “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales...
04/09/2025

El tesoro de los pequeños en el corazón de Dios

📖 “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).

Hijos míos, mirad con atención a los niños, porque en ellos he depositado la pureza que el mundo ha perdido. Sus ojos brillan con inocencia, sus sonrisas son destellos de mi gloria y sus corazones palpitan con una fe sencilla que conmueve los cielos. Ellos no calculan, no guardan rencor, no buscan grandeza; ellos simplemente confían, aman y esperan.

Cada niño es un milagro en sí mismo. Yo los formé en el secreto del vientre, Yo escribí cada detalle de su ser, Yo pinté el color de sus ojos y tracé el camino de sus pasos. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué” (Jeremías 1:5). Ningún niño nace por casualidad, todos vienen con un propósito divino.

Yo los rodeo cuando duermen, Yo los sostengo cuando tropiezan, Yo los abrazo cuando lloran. Aunque el mundo no los valore, Yo los tengo como la joya más preciosa de mi creación. Y os digo: ¡Cuidado con despreciar a uno de mis pequeños! Porque su voz llega directamente a mi trono. “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:10).

Quien hiere a un niño toca lo más sensible de mi corazón. “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino…” (Mateo 18:6). Yo soy refugio para los huérfanos, defensa para los indefensos y justicia para los maltratados.

Los niños son una enseñanza viva para vosotros. Mirad cómo confían sin miedo, cómo creen sin cuestionar, cómo aman sin condiciones. Así quiero que sea vuestra fe: sencilla, transparente, sincera. Por eso os digo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).

Padres, os entrego a los niños como una herencia sagrada. “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmos 127:3). No los provoquéis a ira, no los carguéis con el peso de vuestras frustraciones, no les neguéis el amor que necesitan. Enseñadles mis caminos, habladles de mí al despertar, al andar, al acostarse (Deuteronomio 6:7). Corregidlos en amor, porque la disciplina los fortalece, pero jamás con dureza que hiera su espíritu.

Cada oración de un niño es poderosa delante de mí. Sus palabras sencillas tienen el eco de la eternidad. Cuando un pequeño levanta sus manos al cielo y dice “Señor, ayúdame”, mi corazón se inclina con ternura. El clamor de un niño mueve mis ángeles y despierta misericordia en los cielos.

No olvidéis que los niños no son solo el futuro, ellos son parte del presente de mi Reino. Yo los uso para hablar, para enseñar y para mostrar que mi Reino no es de poder humano, sino de corazones humildes. “De los labios de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza” (Salmos 8:2).

Amadlos, protegedlos, defendedlos. Porque en cada niño aún brilla una chispa de mi gloria. Ellos son la muestra viva de mi amor en la tierra, y quien recibe a un niño en mi nombre, a mí me recibe (Mateo 18:5).

Yo soy el Padre que nunca abandona. Cuando un niño queda solo, Yo lo acompaño. Cuando su corazón se siente triste, Yo le canto en silencio. Cuando sus lágrimas caen, Yo las recojo una a una. Porque para mí, cada niño es un reflejo del cielo.

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