04/09/2025
El Gran Amor de Jesús
Hay amores que se desvanecen con el tiempo, amores que cambian según las circunstancias, amores que ponen condiciones. Pero existe un amor que no tiene medida, que no conoce límites, que nunca se agota. Ese amor tiene un nombre que trasciende la eternidad: Jesús.
📖 “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9).
El amor de Jesús no nació en la cruz. La cruz fue la máxima expresión, pero ese amor existía desde antes de la creación del mundo. Antes de que fueras formado en el vientre de tu madre, ya eras amado. Antes de que dieras tu primer respiro, ya estabas en sus planes. Antes de que pecaras, ya había preparado un Salvador para ti.
Ese amor lo llevó a dejar su trono de gloria y descender a este mundo. El Rey eterno se hizo hombre, se vistió de humildad, nació en un pesebre y caminó en medio de nosotros. Tocó a los enfermos, abrazó a los rechazados, perdonó a los pecadores y levantó a los caídos. Cada palabra que salió de su boca llevaba la esencia de su amor: “Vengan a mí todos los que están cansados y cargados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28).
Jesús no solo habló de amor, lo vivió. Amó a los que nadie amaba, defendió a la mujer adúltera, sanó al ciego, al leproso y al paralítico, multiplicó el pan para la multitud hambrienta, lloró junto a Marta y María cuando su hermano Lázaro murió, mostrando que su amor no es indiferente al dolor humano. Ese mismo Jesús sigue llorando contigo, sigue extendiendo su mano hacia ti y sigue multiplicando la esperanza en tu vida.
📖 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
En la cruz, el amor de Jesús alcanzó su máxima expresión. Allí no lo sostuvo el hierro de los clavos, sino la fuerza de su amor por ti. Cada herida llevaba tu nombre. Cada gota de sangre derramada gritaba: “Lo amo, la amo, y vale la pena pagar el precio”. La cruz fue el lugar donde se firmó el pacto eterno entre Dios y la humanidad, un pacto sellado con sangre, no con tinta.
Pero ese amor no se detuvo en el dolor. El tercer día, la tumba vacía se convirtió en el triunfo más grande de la historia. La resurrección de Jesús no solo venció la muerte, también confirmó que su amor es más fuerte que cualquier poder, que nada ni nadie puede separar a sus hijos de Él.
📖 “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
Ese amor de Jesús no se ha apagado con los siglos. Hoy sigue tocando corazones, sigue transformando vidas, sigue rompiendo cadenas. Es un amor que alcanza al perdido, que restaura al quebrantado, que levanta al que piensa que ya no tiene fuerzas.
¿Sabes qué es lo más hermoso? Que no importa quién seas, lo que hayas hecho, cuán lejos hayas estado. Ese amor te busca. Ese amor te llama. Ese amor no se cansa de esperar.
Jesús no te ama porque eres perfecto, te ama a pesar de tus imperfecciones. No te ama por lo que tienes, te ama por lo que eres: su hijo, su hija, su tesoro. Ese amor es incondicional, eterno e infinito.
📖 “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
El gran amor de Jesús no es solo un sentimiento, es poder que cambia tu vida. Es consuelo en la angustia, paz en la tormenta, esperanza en la oscuridad. Es el amor que te levanta cuando caes, que te abraza cuando lloras, que te fortalece cuando no puedes más.
Ese amor es tan grande que nunca se olvida de ti. Aunque el mundo entero te dé la espalda, Jesús permanece. Aunque los amigos se vayan, Jesús permanece. Aunque las fuerzas se acaben, Jesús permanece. Porque su amor no depende de lo que tú hagas, sino de lo que Él ya hizo en la cruz.
Hoy, Jesús te dice: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). Él dio su vida por ti y hoy sigue cuidando de tu alma. No te sientas indigno de ese amor, no lo rechaces pensando que no eres suficiente. Ese amor se derrama sobre ti tal como eres, y es justamente ese amor el que te transforma en lo que debes ser.
Jesús es la prueba viviente de que el amor verdadero existe. No un amor pasajero, no un amor condicional, no un amor que se apaga. Su amor es eterno, poderoso, puro y santo.
Deja que ese amor inunde tu vida. Deja que te sane, que te limpie, que te haga nuevo. Porque al final, lo único que realmente sostiene, lo único que da sentido, lo único que permanece para siempre… es el gran amor de Jesús.