24/10/2025
¿Quieres saber quién es el enfermero que no abandonó a nadie en combate?
En el Cenepa no solo se luchó contra el enemigo, se peleó en terreno de selva difícil, con lluvia, lodo, minas enterradas y con la idea de dar la vida, de ser necesario, por la patria.
En esas circunstancias, alguien decidió que cumpliría a cabalidad su misión y eligió no abandonar a nadie caído en combate.
Ese alguien fue Esteban Quinto Inga, SO 2da EP, enfermero militar de la patrulla "Feroz 2"' del Batallón de Paracaidistas Nº 61, quien armado con su fusil y un botiquín de primeros auxilios conteniendo gasas, torniquetes, vendas y medicinas era la atención médica inmediata y la esperanza de vida de los combatientes.
Sucedió el 16 febrero 1995, cuando en alrededores de Base Sur patrullas peruanas en misión de reconocimiento avanzaban hacia Coangos, el barro les llegaba hasta las rodillas y el enemigo acechaba.
De pronto, una mina explota, tres heridos, uno con la pierna destrozada. El enemigo comienza a disparar desde la espesura de la selva y entonces, el grito que pide auxilio:
“¡Enfermero, enfermero!
El suboficial Esteban, que venía unos metros más atrás, no dudó un segundo, avanzó al frente entre las ramas y ráfagas de fuego, llegó a la zona de emboscada, en el aire se olía a pólvora y la sangre se mezclaba con el barro.
Y ahí empezó a atender a sus compañeros, con manos firmes, aplicó un torniquete, vendó, inyectó analgésicos, colocó suero en plena selva. Y cuando parecía imposible evacuar a los heridos, él dijo:
“Si no lo sacamos de aquí, va a morir. Hagamos el intento. Que sea lo que Dios quiera.”
Se improvisaron camillas con fusiles y polacas y en medio de la emboscada evacuaron al herido hacia el Puesto de Vigilancia N° 1. Nadie murió, todos vivieron porque Esteban se negó a dejarlos morir.
Dos días después, el 18 de febrero, patrullando cerca de Coangos, otra mina explotó. El cabo Zambrano gritaba desgarrado, su pierna destruida. Otro soldado, el sargento Carranza, al intentar ayudar, también activó una mina, ambos estaban atrapados en una casamata enemiga minada. Nadie se atrevía a ingresar, excepto él.
Esteban Quinto entró sin dudar, aun sabiendo que cada centímetro de su cuerpo podía activar otra mina y hacerlo volar por los aires.
Atendió al primero, luego al segundo, los estabilizó, los arrastró fuera de la trampa mortal y mientras las balas enemigas zumbaban desde la lejanía, él seguía luchando no para matar, sino para salvar vidas de su gente.
Su jefe al verlo cansado, sin haber comido bien en días, cubierto de lodo y sangre decidió evacuarlo. Pero Esteban dijo:
“No mi capitán… ya me pasará. Aún tengo una misión que cumplir.”
Y volvió con su patrulla, con menos soldados, sí… pero con el honor intacto.
Todos los combatientes que él atendió vivieron para contarlo. Y saben que no fue suerte. Fue la mano decidida y valiente de un hombre que entendía su deber más allá del uniforme:
Salvar vidas. Hasta el último hombre.
Hoy, que la guerra quedó atrás, su historia debe ser contada, para que nuestros hijos sepan que el Perú tiene héroes de carne y hueso.
¡Honor y gloria a los gigantes del Cenepa!
¡esto huele a patria!