
01/07/2025
Publicado en Diario Uno el domingo 29 de junio de 2025
Gnarly Fanzine
JC Montoya - Delirios Pain
ALGO EMPIEZA A ROMPERSE POR DENTRO
Ninguna formación social se supera antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella. Cuando la cosa ya no da para más, aparece el engendro. Un ejemplo de ello es la Revolución Francesa. Fue más que un pleito contra un rey. Fue la expresión de una clase, la burguesía, que ya no podía crecer dentro de la ropa del feudalismo. Necesitaba otro marco legal, otra lógica —¿o ilógica?— económica, otro sentido en la dirección y lo consiguió. Así la dialéctica entiende el cambio. No como un acto de voluntad sino como el resultado de contradicciones históricas acumuladas. El cambio viene desde adentro, como cuando el agua hierve y rompe el recipiente —¡todos la tenemos adentro!—.
Así las cosas, el capitalismo también tiene su fecha de vencimiento porque en este sistema hay las mismas grietas que en los anteriores. Esas son las famosas contradicciones entre las fuerzas productivas. La tecnología, la ciencia, el conocimiento y las relaciones sociales luchan por intentar conseguir control. Pero a medida que el sistema se expande, también se desgasta, también produce sus propios sepultureros y ahí empieza a gestarse el nuevo engendro. Entonces, si cada modo de producción tiene sus contradicciones y si la lucha de clases es constante, ¿cómo funciona eso en el capitalismo? ¿Qué lo hace tan dinámico, pero también tan inestable? Ahí es donde entra el concepto clave del valor y la plusvalía.
La idea más poderosa e incómoda de toda la verdadera teoría económica es que la riqueza de unos pocos se basa en el trabajo no pagado de muchos. A eso se llama plusvalía. No es sólo una palabra técnica —como las que usan los técnicos del mercado—. Es la clave para entender por qué el sistema capitalista genera desigualdad de forma estructural, no accidental. No es que los empresarios sean malvados sino que el propio sistema los obliga a actuar así para sobrevivir. Este proceso comienza con algo que a simple vista —sin desfetichizar la cosa— parece normal. Un empresario contrata a un trabajador para producir algo, le paga un salario por su tiempo, pero es un truco. Ese salario no equivale al valor real que el trabajador produce. Si un obrero genera $100 de valor objetivado en un día, tal vez sólo recibe $40 como salario. Los otros $60 se los queda el capitalista. Esa diferencia, ese excedente es la plusvalía y es de ahí de donde sale toda la ganancia. Karl Marx lo explica paso a paso en El Capital, mostrando que la mercancía especial que el capitalista compra no es un objeto, sino la fuerza del trabajo humano. Y esa fuerza tiene la particularidad de que crea más valor del que cuesta. En otras palabras, el trabajador no vende un producto terminado, sino su capacidad de producir y, al hacerlo, entra en una relación desigual, donde su tiempo se convierte en ganancia ajena, una ganancia que crece a costa de su esfuerzo.
Este truco se ve muy claro en industrias como el fast fashion. Un trabajador en Bangladesh puede pasar diez horas fabricando ropa para grandes marcas. El explotado cobra un salario mínimo local, mientras las prendas se venden en occidente por cien veces ese valor generado. La empresa no rompe ninguna ley, pero tampoco paga lo que ese trabajo realmente objetivó. El sistema está diseñado con el orden y con la medida exacta para que eso suceda legalmente. Cuanto más barato se pague ese trabajo, mayor es la plusvalía obtenida. Es decir, mientras el capitalista destruya más el tiempo de vida del hombre, mayor será su premio positivo.
Para que este sistema destructivo funcione, esta extracción de valor debe parecer normal, debe verse natural, incluso justa. Por eso cualquier huevón no lo puede advertir así nada más, porque todos estamos inmersos en una lógica donde lo importante es ser rentable y subir la tasa de ganancia aumentando la productividad. Todo eso suena bien, pero detrás de esos términos se esconde una estructura que depende de que muchos trabajen cada vez más y más y reciban cada vez menos a cambio. Eso no significa que el empresario sea un villano con cola y cuernos. De hecho, muchos emprendedores también están atrapados en el círculo vicioso. Tienen que competir, bajar costos, escalar rápido. Es una carrera mortal en la que, si no explotas, te explotan. Por eso aquí no interesan los individuos ni sus vidas personales, sino las relaciones sociales de producción. El problema no es quién maneja la máquina, sino cómo está diseñada para funcionar. Y esa máquina, aunque produce crecimiento, innovación y abundancia para algunos pocos; también genera tensión, desigualdad y alienación para la mayoría de los otros. Porque si uno produce valor, pero no lo ve reflejado en su vida, algo empieza a romperse por dentro. Y ahí es donde se produce un concepto profundo, humano y muy actual y constante: la alienación. Pero esos ya son otros $100 dólares que trataremos en otro artículo.