11/04/2025
SAWETO: LA JUSTICIA QUE LLEGÓ EN HELICÓPTERO Y SE FUE EN CAMIONETAS BLANCAS
Por: Abog. Raul Lunasco Cabezas
La muerte en la Amazonía no tiene el mismo eco que en las ciudades. Allá, en la espesura de la selva, la sangre se mezcla con la tierra y el grito se lo lleva el viento. Edwin Chota y sus compañeros no solo fueron asesinados: fueron silenciados. No solo por las balas, sino por décadas —siglos— de un Estado ausente, de leyes que no cruzan los ríos, de justicia que se escribe en papeles que nunca llegan al monte.
Aquel operativo —helicóptero, fiscalía, guías, policías, médicos legistas— fue una puesta en escena tardía. Cuando llegamos, solo quedaban huesos y una herida abierta en el alma de la comunidad. Dormimos junto al cuerpo porque el helicóptero no volvió. Así de literal es la justicia en el Perú: a veces llega volando, pero no siempre regresa.
I. ¿QUÉ PASÓ CON SAWETO?
Legalmente, se avanzó. El caso generó jurisprudencia. Se activaron fiscalías especializadas en crimen organizado y se modificaron protocolos sobre protección de defensores ambientales. Se impulsó la Ley N.º 29763, Ley Forestal y de Fauna Silvestre, como respuesta política más que técnica. Pero esa ley, aunque redactada en nombre de Saweto, no nació desde su comunidad, sino desde los escritorios de Lima. Rápida, reactiva, sin consulta real, como casi todo lo que ocurre tras una tragedia mediática.
Socialmente, se desbordó. ONGs de renombre —como WWF— vieron en Saweto una oportunidad narrativa. El mártir, el bosque, el drama: un caso perfecto para sus informes anuales. Prometieron titulación, seguridad jurídica, desarrollo sostenible. Pero en el terreno, muchas veces ofrecieron más discursos que soluciones. Hospedaron a viudas en hoteles de lujo para conferencias internacionales, mientras las chacras en Saweto seguían sin caminos ni apoyo técnico. Convirtieron el dolor en plataforma, la tragedia en vitrina.
WWF, en particular, proyectó a Saweto como “caso emblemático”, pero sin dejar de operar bajo una lógica de conservación vertical, más interesada en proteger el bosque como paisaje que en empoderar a los pueblos indígenas como protagonistas. Su enfoque, profundamente conservacionista, muchas veces ha chocado con los derechos territoriales de las comunidades. En lugar de escuchar a quienes habitan la selva, hablaron por ellos. Lo que debía ser codiseño, se volvió cooptación.
Políticamente, fue una postal. Presidentes y ministros prometieron desde púlpitos foráneos la protección de los pueblos originarios. Firmaron acuerdos internacionales. Pusieron rostros indígenas en afiches. Pero todo eso se desvanecía al cruzar el Ucayali. Las oficinas del Ministerio de Cultura en la selva parecían más decorativas que activas. Y cuando finalmente se canceló la concesión forestal que pesaba sobre el territorio de Saweto, no fue porque el Estado actuara preventivamente, sino porque ya era imposible seguir escondiendo el escándalo.
¿Y la titulación? Avanzó, sí. Pero ¿a qué precio? Con cada ONG metiendo su versión del mapa. Con cada programa compitiendo por figurar. Con cada intento de ayuda, una nueva burocracia.
Mientras tanto, los asesinos, sentenciados, pero no todos presos. Las mafias madereras, reagrupadas. Los defensores ambientales, cada vez más expuestos. Y el bosque, aún en disputa.
II. DE LA LEY A LA SELVA: TENSIONES ENTRE EL ESTADO, LAS ONGs Y LA COMUNIDAD
1. El apuro legislativo y la reforma reactiva
La Ley N.º 29763 se vendió como un avance técnico-institucional. Incorporó planes de manejo, registros forestales, y estableció lineamientos para las comunidades. Pero nació de una emergencia política, no de un proceso participativo. Fue un “parche normativo” hecho en Lima, con escasa consulta previa, en contravención del Convenio 169 de la OIT.
Esa ley, que pretendía proteger, también restringió. La agricultura indígena fue invisibilizada. El derecho a usar el bosque según su cosmovisión fue reemplazado por normas técnicas pensadas para ingenieros, no para comuneros. El mensaje implícito era claro: el bosque se cuida desde un escritorio, no desde una chacra.
2. ONGs: De aliados a protagonistas
La narrativa del mártir fue útil.
Edwin Chota se convirtió en emblema global. Las ONGs encontraron en Saweto un símbolo poderoso. WWF, Rainforest Foundation, SPDA, entre otras, se posicionaron como protectoras de la causa. Pero muchas veces hablaron más de lo que escucharon.
Desde fuera, se diseñaron mapas, proyectos, planes de manejo. Desde dentro, la comunidad veía pasar avionetas, técnicos, cámaras. Pero el río seguía sin puente, la posta médica sin medicinas, y la escuela sin profesores. El bosque tenía más defensa que las personas que lo habitan.
La ayuda llegó con condiciones. La participación se volvió requisito de informe, no de convicción. Y en el afán de cumplir metas ante los cooperantes, se olvidó que los territorios no son hojas de cálculo, sino espacios vivos, con historia, conflicto y cultura.
3. Justicia que solo baja en helicóptero
La escena fue tan real como simbólica. Llegamos con helicópteros, peritos, fiscales, policías. Pero al final del día, no hubo cómo volver. Dormimos junto a los cadáveres. El helicóptero no regresó. La comunidad lloraba a sus mu***os. Nosotros llorábamos al Estado.
La justicia bajó, pero no se quedó. No dejó presencia permanente, ni protección efectiva. Los asesinos fueron juzgados, pero el miedo sigue. Los testigos viven amenazados. El crimen organizado no duerme. Y las rondas indígenas siguen solas, armadas solo con su memoria y su rabia.
III. SAWETO COMO HERIDA ABIERTA Y LECCIÓN PENDIENTE
Saweto no necesitaba ser un símbolo. Necesitaba caminos, salud, escuela, respeto a su voz. Pero en el Perú, el dolor vende más que la dignidad. Por eso lo usaron. El Estado, para justificar su despertar tardío. Las ONGs, para llenar memorias y conseguir fondos. Y el país, para tranquilizar su conciencia urbana.
Los pueblos indígenas no quieren caridad ni compasión. Quieren territorio, decisión, respeto. La justicia ambiental no se mide en leyes aprobadas, sino en vidas protegidas. La defensa del bosque no se logra con drones, sino reconociendo que quienes lo habitan tienen derecho a sembrar, a vivir, a decidir.
La justicia que baja en helicóptero es espectáculo. La que se va en camionetas blancas es simulacro. La verdadera justicia camina descalza, habla en lengua materna, y no pide permiso para existir.
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