03/07/2025
Hay noticias que detienen el tiempo, que se clavan en la memoria colectiva como astillas de dolor y asombro. Y una de ellas fue, sin duda, la partida del escritor norteamericano Ernest Hemingway, aquel gigante de las letras que en 1954 había recibido el Nobel, y que el 2 de julio de 1961 eligió un adiós tan abrupto como incomprensible. Tenía apenas 62 años.
Desde las redacciones, el asombro era mayúsculo. Los primeros cables hablaban de un accidente, de una escopeta que se disparó "mientras la limpiaba". Pero la verdad, tozuda y cruel, se fue abriendo paso: fue un acto propio, una decisión íntima que nos dejó a todos sin aliento. ¿Cómo el gran Hemingway, el narrador de la fuerza y la crudeza de la vida, el que vio la muerte a los ojos en sus relatos, pudo cerrar el telón de esa forma?
En la vieja casona de El Comercio, la noticia golpeó hondo. Se lamentaba la extraña y trágica desaparición de uno de los maestros indiscutibles de la novela contemporánea. Hemingway, con su pluma afilada, supo interpretar como pocos la violencia inherente al hombre y a la naturaleza. Fue un intérprete singular de la muerte que, obsesiva, pobló sus mejores páginas. Y pensamos en el Perú, en aquel abril de 1956, cuando el "viejo" pisó nuestras tierras, dos años después de que Estocolmo lo consagrara. Lo recibimos con la gratitud de quien acoge a un maestro, y él, a cambio, nos brindó su simpatía. Sus obras, cargadas de ese azar y aventura que tan bien conocía, resonaron en nuestras librerías. ¿Quién no se conmovió con "El viejo y el mar", no se estremeció con "Las nieves del Kilimanjaro" o no sintió el n**o en la garganta con "Adiós a las armas"? Aquí, fueron best sellers, compañeros inseparables de tantas lecturas.
Fue irónico su destino, pues en sus novelas se atrevió a vivir "en plenitud la peripecia de la existencia" con acentos autobiográficos, pero al final, ese mismo azar —o quizás algo más profundo—, jugó un papel decisivo en su último acto.
Al recordarlo, nos queda su legado imperecedero y la reflexión sobre la complejidad del espíritu humano. Se fue como vivió, intensamente, dejando un vacío que ningún otro escritor ha podido llenar del todo.