01/12/2025
De historias urbanas...
Estábamos caminando por Walmart cuando mi hijo de 10 años vio algo que brillaba en el suelo. Se agachó, lo recogió y me lo entregó: era un anillo. A simple vista parecía valioso, y por un instante sentí que el corazón se me aceleraba. Sin saber muy bien qué hacer, fui directamente al mostrador de atención al cliente y pedí que hicieran un anuncio.
Pocos minutos después, una anciana se acercó apresurada hacia nosotros, con el rostro lleno de esperanza. El personal de seguridad le hizo algunas preguntas, entre ellas qué estaba grabado en el interior del anillo. Ella respondió sin dudar: era suyo. Mi hijo colocó el anillo suavemente en su mano temblorosa.
Durante un momento, la mujer se quedó inmóvil, mirándolo como si sostuviera una parte de su alma. De repente, abrazó con fuerza a mi hijo y, con la voz entrecortada, le susurró:
—“Este es lo último que me queda de mi esposo.”
Las lágrimas llenaron sus ojos mientras nos daba las gracias una y otra vez. Antes de irse, insistió en darle a mi hijo cinco dólares como muestra de agradecimiento. Para muchos no sería gran cosa, pero para mi pequeño, aquel billete tuvo un valor incalculable. No era por el dinero, sino por lo que representaba: la recompensa a su honestidad, su bondad y una lección que nunca olvidará.
Mientras nos alejábamos, no podía dejar de sonreír. Mi hijo acababa de aprender algo que ninguna escuela enseña: que hacer lo correcto, por pequeño que parezca, puede significar el mundo para otra persona.
Créditos al autor original.