14/04/2025
🇵🇪 🖤 | Como todos, se equivocó. Como pocos, dejó huella. Mario Vargas Llosa, con sus aciertos y errores, fue profundamente humano, intensamente peruano, y genuinamente universal. Así nos dejó este domingo triste.
Se ha dicho casi todo sobre él. Sobre su vida, su obra, su pensamiento, sus contradicciones. Y sin embargo, nunca será suficiente. A los 89 años, cuando su figura ya estaba inscrita en la historia literaria del mundo, aún se le discutía en su propio país. Muchos lo admiramos y lo celebramos; otros lo acusan de todo —incluso de desconocer al Perú o de ser antiperuano—, sin reparar en la ironía de tales juicios: los más duros con él son, a menudo, los que nunca lo han leído. Si lo hicieran, entenderían más allá de su propia mirada corta. Mientras el mundo le rendía homenajes, aquí se le quiso mezquinar. Esa es, tristemente, una práctica muy peruana.
Su nombre fue zarandeado por la política, como si eso pudiera dañarlo. No lo lograron. Vargas Llosa construyó su pensamiento desde la experiencia: apoyó en su juventud la revolución cubana, transitó por la socialdemocracia y llegó finalmente al liberalismo. No fue el camino fácil ni cómodo. En el Perú, eso significó enfrentar tanto a la izquierda como a la derecha tradicionales. Lo tildaron de todo, pero nunca se le pudo negar lo esencial: su defensa irrestricta de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Esa coherencia le costó amistades, muchas de ellas perdidas en el triste viraje de algunos hacia el fujimorismo o el conservadurismo autoritario. Él, pese a sus posiciones de su último tramo de vida, fue un demócrata radical, como pocos.
Leer a Vargas Llosa es recorrer no solo la geografía del Perú, sino sus heridas más hondas. Es sentir el peso existencial de preguntarse “¿en qué momento se jodió el Perú?”, en Conversación en La Catedral; es explorar el fanatismo religioso en La guerra del fin del mundo, las entrañas de las dictaduras en La fiesta del chivo, o el dolor adolescente en La ciudad y los perros. Su literatura nos educó, nos conmovió, nos sacudió. Y, sobre todo, nos hizo mejores.
Hoy, que ya no está entre nosotros, su legado permanece. No solo en sus novelas, ensayos y artículos, sino en la conciencia de quienes creemos que escribir, pensar y disentir son actos de libertad. Gracias a él —como a todos los peruanos que han luchado por un país más justo, más libre, más digno—, el Perú ya no se joderá.
Gracias, Mario. Por enseñarnos a mirar con profundidad, a disentir con coraje, a amar con lucidez este país difícil. Gracias, peruano universal. Yo te estoy agradecido. (Fernando Tuesta)