21/06/2025
Cuando una pareja termina, todos quieren tener la razón. Uno cuenta su versión, el otro también, y cada historia está maquillada por el orgullo, el dolor o el intento desesperado de justificarse. Pero la verdad, esa que no necesita palabras, se revela con el tiempo. Porque las palabras se las lleva el viento, pero los actos… esos se quedan. Cuando algo se rompe, no busques culpables, observa. Observa quién crece, quién sana, quién se enfrenta a su propio reflejo con valentía. Y también observa quién corre a esconderse en los brazos de otra persona como si eso fuera a borrar lo que no resolvió. La prisa por reemplazar no es amor, es vacío. No escuches discursos que intentan convencerte de quién fue mejor o peor. Escucha el silencio, ese que grita verdades cuando todo se apaga. Porque el verdadero cierre no está en las palabras, está en el camino que cada quien decide después de la despedida. El que se construye, se reconstruye. El que huye, se repite. Al final, no importa lo que digan. Importa lo que hacen. Porque quien mejora en lugar de vengarse, quien se sana en vez de herir, ya está ganando. No porque compita con el otro, sino porque eligió no quedarse en el mismo lugar donde se rompió. Así que no busques explicaciones, buscá coherencia. Y si te toca ver cómo alguien sigue su vida como si nada, no te lo tomes personal. No todo el mundo sabe lo que duele hasta que lo siente de vuelta. Y mientras tanto, tu sigue creciendo. Porque el duelo más digno no es el que se grita, es el que se transforma en evolución.