15/07/2025
Cuando el Estado calla, los pueblos actúan: la comunidad nativa Naranjal destruye pista narco ante la inacción de las autoridades
Por Redacción especial / Tournavista – Puerto Inca – Huánuco
“No se puede sembrar vida donde aterriza la muerte.” Con estas palabras, uno de los líderes de la comunidad nativa Naranjal —pueblo originario de la cuenca del Pachitea, en la provincia de Puerto Inca, Huánuco— resumió el acto de valentía y desesperación que protagonizaron esta semana: la destrucción, con sus propias manos y maquinaria comunal, de una pista clandestina de aterrizaje usada por el narcotráfico dentro de su territorio.
La pista había sido construida hace más de un año en lo profundo del bosque, sin consulta, sin autorización, y con complicidad o silencio de actores externos. Desde entonces, la presencia de avionetas irregulares, amenazas, incursiones nocturnas y sobornos corroía la tranquilidad ancestral de Naranjal. El miedo crecía, pero también la decisión de no entregar su selva a la sombra del crimen.
El camino que no escucharon: denuncias sin eco
Todo comenzó como manda la ley: la comunidad, en asamblea, presentó una denuncia formal ante la Fiscalía Especializada en Tráfico Ilícito de Dr**as de Ucayali. Luego alertaron al Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SERNANP), ya que el área afectada bordea una zona de amortiguamiento ecológica. También comunicaron a las autoridades distritales de Tournavista y departamentales de Huánuco.
La respuesta fue el silencio. El narcotráfico avanzaba con más rapidez que la justicia.
La federación que acompaña, el Estado que no llega
En medio del abandono, la Federación de Comunidades Nativas de Puerto Inca (FECONAPIA) acompañó el proceso. No como ONG, sino como voz del territorio. No como espectadora, sino como aliada en la resistencia. Con su apoyo, la comunidad volvió a convocar asamblea y tomó la decisión histórica: no permitir más vuelos de muerte.
El 10 de julio, al amanecer, con una retroexcavadora comunal y machetes en mano, los comuneros destruyeron la pista. Hicieron cráteres en la tierra para impedir el aterrizaje. “Nos han dicho que es ilegal. Pero más ilegal es vivir con miedo en tu propia casa”, dijo una lideresa indígena en lengua shipiba.
Un mensaje al país: la vida no se negocia
La comunidad de Naranjal no busca protagonismo mediático ni recompensa judicial. Lo que exigen —y hoy gritan con sus actos— es protección real, presencia estatal, titulación de sus tierras y seguridad sin criminalización.
Este acto no es un caso aislado, es síntoma de una Amazonía cansada de esperar salvación desde Lima, y decidida a defenderse desde el territorio. Es también un llamado profético: si el Estado no interviene, los pueblos harán justicia con su propia dignidad.
“La selva nos dio vida. No dejaremos que sea pista de muerte.”
Así termina el acta comunal redactada luego de la intervención. Escrito a mano, firmado por los mayores, y entregado —una vez más— a la Fiscalía, a SERNANP y al Ministerio del Interior.
Tal vez ahora escuchen. Tal vez no. Pero la historia ya quedó escrita en la tierra: los pueblos indígenas no se rinden. Ni ante el olvido, ni ante el miedo, ni ante el dinero.Cuando el Estado calla, los pueblos actúan: la comunidad nativa Naranjal destruye pista narco ante la inacción de las autoridades
Por Redacción especial / Tournavista – Puerto Inca – Huánuco
“No se puede sembrar vida donde aterriza la muerte.” Con estas palabras, uno de los líderes de la comunidad nativa Naranjal —pueblo originario de la cuenca del Pachitea, en la provincia de Puerto Inca, Huánuco— resumió el acto de valentía y desesperación que protagonizaron esta semana: la destrucción, con sus propias manos y maquinaria comunal, de una pista clandestina de aterrizaje usada por el narcotráfico dentro de su territorio.
La pista había sido construida hace más de un año en lo profundo del bosque, sin consulta, sin autorización, y con complicidad o silencio de actores externos. Desde entonces, la presencia de avionetas irregulares, amenazas, incursiones nocturnas y sobornos corroía la tranquilidad ancestral de Naranjal. El miedo crecía, pero también la decisión de no entregar su selva a la sombra del crimen.
El camino que no escucharon: denuncias sin eco
Todo comenzó como manda la ley: la comunidad, en asamblea, presentó una denuncia formal ante la Fiscalía Especializada en Tráfico Ilícito de Dr**as de Ucayali. Luego alertaron al Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SERNANP), ya que el área afectada bordea una zona de amortiguamiento ecológica. También comunicaron a las autoridades distritales de Tournavista y departamentales de Huánuco.
La respuesta fue el silencio. El narcotráfico avanzaba con más rapidez que la justicia.
La federación que acompaña, el Estado que no llega
En medio del abandono, la Federación de Comunidades Nativas de Puerto Inca (FECONAPIA) acompañó el proceso. No como ONG, sino como voz del territorio. No como espectadora, sino como aliada en la resistencia. Con su apoyo, la comunidad volvió a convocar asamblea y tomó la decisión histórica: no permitir más vuelos de muerte.
El 10 de julio, al amanecer, con una retroexcavadora comunal y machetes en mano, los comuneros destruyeron la pista. Hicieron cráteres en la tierra para impedir el aterrizaje. “Nos han dicho que es ilegal. Pero más ilegal es vivir con miedo en tu propia casa”, dijo una lideresa indígena en lengua shipiba.
Un mensaje al país: la vida no se negocia
La comunidad de Naranjal no busca protagonismo mediático ni recompensa judicial. Lo que exigen —y hoy gritan con sus actos— es protección real, presencia estatal, titulación de sus tierras y seguridad sin criminalización.
Este acto no es un caso aislado, es síntoma de una Amazonía cansada de esperar salvación desde Lima, y decidida a defenderse desde el territorio. Es también un llamado profético: si el Estado no interviene, los pueblos harán justicia con su propia dignidad.
“La selva nos dio vida. No dejaremos que sea pista de muerte.”
Así termina el acta comunal redactada luego de la intervención. Escrito a mano, firmado por los mayores, y entregado —una vez más— a la Fiscalía, a SERNANP y al Ministerio del Interior.
Tal vez ahora escuchen. Tal vez no. Pero la historia ya quedó escrita en la tierra: los pueblos indígenas no se rinden. Ni ante el olvido, ni ante el miedo, ni ante el dinero.