20/02/2025
Por Hugo Coya
(Public. Diario el Comercio)
20-02-25
LA CULTURA DOMESTICADA๐
โCuando oigo hablar de cultura, echo mano a mi revรณlverโ. Se ha repetido tantas veces que parece una cita histรณrica y, sin embargo, no lo es. No la dijo Goebbels, aunque muchos insisten en atribuรญrsela. En realidad, es la versiรณn mรกs famosa que sale de la boca de un personaje de Schlageter, una obra del dramaturgo n**i Hanns Johst. Pero su origen es lo de menos. Lo inquietante es su vigencia perversa.
Hoy resuena en el Perรบ, no en la voz de un general de las SS que se escondiรณ en nuestras tierras, sino en la de burรณcratas que, con la frialdad de quien aprueba una compra de papel bond, han decidido imponer restricciones a las obras y espectรกculos que se presenten en el Gran Teatro Nacional.
Ahora toda expresiรณn artรญstica en este espacio debe alinearse con las โbuenas costumbresโ y los โobjetivos institucionales del Ministerio de Culturaโ. Tรฉrminos gaseosos, perfectos para justificar cualquier decisiรณn arbitraria. ยฟA quรฉ valores nos referimos? ยฟQuiรฉn define la moral? Nadie lo sabe, pero el mensaje es claro: la cultura no debe cuestionar ni incomodar, solo entretener con finales felices, como si la vida no estuviera llena de contradicciones y verdades incรณmodas.
ยฟQuiรฉn decide quรฉ es una โbuena costumbreโ? ยฟUn comitรฉ de funcionarios que solo pisa teatros para subirse a los escenarios en las fotos oficiales? ยฟCensores de sacristรญa que dictarรกn quรฉ es arte y quรฉ es peligroso?
Nada de esto es casual. La cultura en el Perรบ estรก asediada por un poder que la teme y la desprecia. El Ministerio de Cultura se ha convertido en un centro de vigilancia ideolรณgica y, su burocracia, en verdugo. Ahora pretenden transformar el Gran Teatro Nacional en un parque temรกtico de la complacencia, donde el mayor riesgo sea que alguien se duerma en la butaca.
Si alguien duda del regreso de la censura, basta leer la declaraciรณn jurada que debe firmar cualquier productor que desee tener acceso al Gran Teatro Nacional. En ella, con la solemnidad de un contrato medieval, se compromete a que โel espectรกculo/evento no contiene actos de burla, desprecio u odio que denigren la dignidad humana, la manera de vivir juntos, los sistemas de valores, la moral, las tradiciones, creencias y buenas costumbresโ.
Bienvenida la cultura, pero solo si es dรณcil y estรฉril. Porque las โbuenas costumbresโ han normalizado la corrupciรณn, el machismo, el abuso de poder y la impunidad.
No es la primera vez que el poder intenta imponer restricciones a la cultura bajo el pretexto de la moral. En su momento, โLos rรญos profundosโ de Josรฉ Marรญa Arguedas incomodรณ a quienes no querรญan ver reflejada la brutalidad del racismo en la sierra. Mario Vargas Llosa fue atacado con ferocidad por su retrato implacable del sistema imperante dentro de un colegio militar en โLa ciudad y los perrosโ. Oswaldo Reynoso fue fustigado por la crudeza con la que retratรณ la marginalidad juvenil en โLos inocentesโ.
Toda censura responde a un lineamiento polรญtico o ideolรณgico. No es casualidad, entonces, que el teatro de los poderosos no moleste, pero el que denuncia y visibiliza sea considerado peligroso. La cultura, en su mejor versiรณn, no solo entretiene, tambiรฉn rompe espejos y obliga a mirar lo que nadie quiere ver. Y ese es el problema. No quieren que nadie mire. No quieren que nadie piense.
Pero la historia tambiรฉn nos ha enseรฑado algo. La cultura nunca se ha dejado domesticar. Ni censores ni decretos mediocres han logrado borrar su capacidad de resistencia. Que no se equivoquen los burรณcratas de turno. Si la cultura incomoda, es porque estรก viva. Y si intentan matarla, serรก ella quien sobreviva para contar la historia de su fracaso.