22/05/2025
LO QUE OCURRE CUANDO TU MASCOTA NO SALE A PASEAR TODOS LOS DÍAS
Está junto a la puerta. Te mira. Mueve la cola, da vueltas, tal vez lleva su correa en la boca. No ladra, no exige. Solo espera. Para él, salir no es un lujo. Es parte de su naturaleza. Y cuando un perro no sale a pasear todos los días, algo dentro de él empieza a apagarse lentamente. Porque aunque tenga agua, comida, juguetes y amor… nada reemplaza al mundo exterior.
Pasear no es solo caminar. Es explorar, oler, socializar, descargar energía, conectar con su entorno. Cada salida estimula su mente con cientos de aromas, sonidos y texturas que no existen dentro de casa. Para un perro, salir es como leer el periódico, hacer ejercicio, resolver acertijos y tener una conversación, todo al mismo tiempo.
Cuando esa rutina desaparece, el cuerpo lo siente… y la mente también. La falta de paseos puede generar ansiedad acumulada, conductas destructivas, ladridos excesivos o comportamientos compulsivos como lamerse las patas o perseguirse la cola. El perro no está “portándose mal”. Está intentando liberar lo que no puede soltar caminando.
El sedentarismo también pasa factura. Aumenta el riesgo de sobrepeso, problemas articulares, digestivos y cardiacos. Un perro que no se mueve se deteriora más rápido, pierde masa muscular y, con el tiempo, envejece antes de lo necesario. El cuerpo fue hecho para moverse. La jaula más silenciosa es la que tiene paredes invisibles.
Y está el vínculo. El paseo es un momento de conexión entre humano y perro. Un espacio compartido donde ambos aprenden a leerse, a confiar, a caminar al mismo ritmo. Cuando ese tiempo se pierde, la relación se enfría. No porque haya menos amor, sino porque hay menos presencia.
No todos los paseos deben ser largos. A veces bastan 15 minutos de atención total, de olfateo libre, de caminar sin apuros. Pero deben ser constantes. Porque un perro que no sale, no vive su vida completa.
Y si él es capaz de darte su alegría todos los días…
¿cómo no darle, al menos, un trozo del mundo a cambio?
Porque a veces, el mayor acto de amor no es un juguete nuevo ni un premio…
sino abrir la puerta, abrochar la correa,
y dejar que camine un poco más cerca de lo que su instinto le pide.