
01/09/2025
Nota del Editor de Noticias La Bomba PR
Sears no se fue de Puerto Rico por falta de ventas ni por desinterés del consumidor. Se fue porque perdió el rumbo desde el momento en que se unió con Kmart. Aquella fusión, presentada como una estrategia de crecimiento, fue en realidad el principio del colapso. Kmart ya venía arrastrando una historia de quiebras, mala reputación y una cultura empresarial incompatible con la de Sears. En vez de fortalecer la marca, la contaminó.
Desde entonces, la compañía comenzó a desangrarse. En lugar de enfocarse en modernizar sus tiendas y adaptarse al consumidor digital, invirtió en sectores ajenos como bienes raíces y automóviles, drenando recursos vitales. Mientras el comercio electrónico crecía y Amazon redefinía la experiencia de compra, Sears se aferraba a modelos anticuados, sin una estrategia clara para competir. Su catálogo, alguna vez revolucionario, se volvió irrelevante. Sus tiendas físicas, que antes eran centros de innovación, se convirtieron en espacios desactualizados y vacíos.
La administración central, desde TransformCo, tomó decisiones que ignoraron por completo la realidad puertorriqueña. Se cerraron tiendas con historia, con clientela fiel, con empleados que conocían a sus comunidades. Se apostó por un modelo de negocio que no entendía el valor de la conexión local ni la importancia de adaptarse a un mercado insular con sus propias dinámicas. El cierre de la última tienda en Plaza Las Américas fue más que simbólico: fue el entierro de una era.
Sears se volvió una empresa excesivamente burocrática, lenta para reaccionar y desconectada de las nuevas generaciones. No supo leer el cambio cultural ni tecnológico. No entendió que el consumidor ya no buscaba solo productos, sino experiencias, eficiencia y conexión. Mientras Walmart y Target optimizaban sus operaciones, Sears se hundía en una estructura pesada, sin visión ni agilidad.
Lo más doloroso fue cómo se trató a su propia gente. Aparte de ignorar las injusticias que sus propios gerentes denunciaban, la empresa tomó represalias silenciosas contra empleados que habían sido ejemplares. En vez de reconocer el talento y la lealtad, se optó por marginar voces críticas, muchas de ellas profundamente comprometidas con el bienestar de las tiendas y sus comunidades. Esa cultura de indiferencia y castigo terminó erosionando lo que quedaba de confianza interna.
Lo más triste es que Sears tenía todo para reinventarse: marca, historia, infraestructura. Pero eligió el camino del recorte, del abandono, de la desinversión. El colapso de Sears no fue inevitable. Fue el resultado de decisiones que ignoraron el presente y traicionaron el futuro. Puerto Rico no perdió a Sears. Sears se perdió a sí misma.
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