06/08/2025
𝙍𝙚𝙛𝙡𝙚𝙭𝙞ó𝙣
𝘾𝙪𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙚𝙡 𝙤𝙙𝙞𝙤 𝙨𝙚 𝙝𝙖𝙘𝙚 𝙘𝙤𝙨𝙩𝙪𝙢𝙗𝙧𝙚...
Actualmente la sociedad parece haberse olvidado de su alma. Se vuelve cada vez más implacable, cruel, fría.
Dolorosamente ruidosa cuando alguien cae, pero mezquinamente silenciosa ante el esfuerzo, el mérito o el sacrificio.
Vivimos tiempos en que la enfermedad de un ser humano puede ser motivo de burlas, de odio visceral, de festejo morboso, como si el dolor ajeno fuera un espectáculo y la debilidad un crimen imperdonable. Más aún si se trata de una figura pública.
QUÉ NOS HA PASADO..?
¿Cuándo dejamos de ver personas y comenzamos a ver sólo blancos para nuestro veneno..?
Parece que muchos han encontrado en las redes sociales una trinchera desde donde disparar su frustración, su fracaso, su envidia. Como si el que brilla fuera culpable de su propia sombra. Como si el que asciende debiera pedir perdón por no haberse quedado en el piso con los demás.
Pero la verdad —la que duele y por eso se esquiva— es que toda persona que ocupa un lugar de liderazgo, toda figura pública, ha transitado un camino de renuncias, de estudio, de horas que nadie aplaudió, de decisiones solitarias que no se ven en los titulares ni en los comentarios. Detrás de cada figura, hay una historia que no cabrá nunca en un tuit.
UNA SOCIEDAD SIN FIGURAS PÚBLICAS, SIN POLÍTICOS, SIN LÍDERES, es una sociedad a la deriva. Alguien tiene que asumir el costo de estar expuesto, de decidir, de representar, de arriesgar. PERFECTOS..? Nadie lo es. Pero tampoco nosotros, desde la sombra del anonimato, desde la comodidad de no construir nada, tenemos autoridad para destruirlo todo con una frase, un meme o un insulto viral.
El odio no es crítica. La burla no es humor. El escarnio no es justicia. La democracia es un templo donde se debaten ideas, no una arena para linchamientos digitales. La libertad de expresión no es una licencia para aniquilar el honor y la dignidad del otro.
Claro que debemos exigir rendición de cuentas. Claro que debemos vigilar las acciones de los hombres públicos cuando ejercen funciones que afectan a todos. Pero eso no justifica disfrazar el odio de opinión. Criticar es señalar con razones, no con rencores.
No es lo mismo cuestionar una decisión, que desear la ruina del que la toma. No es lo mismo denunciar la corrupción, que repetir —como papagayos del cinismo— que “TODOS LOS POLÍTICOS SON BANDIDOS”, “TODOS LOS JUECES SON CORRUPTOS”, “TODOS SON IGUALES”. Esa generalización no es sabiduría popular: es cobardía colectiva. Es el sofisma barato de quienes no tienen el valor de pensar por sí mismos ni de distinguir entre la paja y el trigo.
Quizás ya sea hora de entender que nuestros fracasos no se corrigen odiando al que triunfa. Que nuestra mediocridad no se redime arrastrando al barro al que está de pie. Tal vez el primer acto de justicia que debamos aprender sea el de mirar hacia adentro. Mirarnos sin disfraces. Sin filtros. Sin el ego que grita para ocultar su vacío.
Ese día —cuando cambiemos nosotros, cuando dejemos de juzgar creyéndonos superiores, cuando abramos el corazón antes que el teclado— ese día, sin duda, comenzaremos a construir un mundo más humano.
Un mundo donde el éxito del otro no sea motivo de resentimiento, sino inspiración. Donde la figura pública no sea el blanco, sino el reflejo de lo que también podemos ser, si dejamos de odiar y empezamos a crecer.
Porque el odio no construye. Nunca lo hizo. Y si no sanamos como sociedad, terminaremos por enfermarnos todos. Con el alma rota, y con la lengua manchada de sangre que no nos pertenece.
📝 Mario Peralta; Facebook