10/10/2025                                                                            
                                    
                                                                            
                                            Los chaneques de el tesoro 
Todos en Coatzacoalcos, sobre todo los que vivimos cerca de la colonia El Tesoro, sabemos que para el monte que está atrás, no es bueno meterse. Desde chiquitos nos decían que ahí se aparecen los chaneques. Hay un montón de historias: que al hijo de una señora se le perdió y apareció al otro día, todo asustado, diciendo que unos niños lo invitaron a jugar. O el señor que se fue a cortar leña y jamás regresó. La gente grande dice que los chaneques no quieren que nadie se meta en su lugar, y ese monte es de ellos.
Yo, la verdad, no creía mucho. Pensaba que eran cuentos para que no nos fuéramos a meter en problemas. Hasta hace poco.
Fue un jueves, lo recuerdo bien. Andaba sin nada que hacer y se me ocurrió ir a caminar por esa parte de atrás, donde se acaban las casas y empieza el monte. Solo quería despejarme un rato. El sol pegaba fuerte, como siempre aquí en Coatza. Me fui por una vereda que apenas se veía, y a los diez minutos, todo se sentía… distinto. El ruido de los carros se apagó de golpe, como si alguien hubiera silenciado la ciudad. Solo se oían los insectos y el viento entre las hojas.
De repente, empecé a escuchar risitas. Como de niños pequeños, pero pícaras. Me detuve en seco. Miré a todos lados, pero no vi a nadie. "Deben ser unos chamacos que se salieron a jugar", pensé, pero algo no cuadraba. Las risas se movían, a veces sonaban adelante, luego a la derecha, y después atrás, como si me rodearan. Sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda.
"¡Hey! ¿Quién anda ahí?", grité, tratando de sonar valiente.
Solo me respondieron más risas, pero esta vez se sentían de burla. Y entonces las cosas se pusieron más raras. Empecé a caminar más rápido para regresar por donde vine, pero la vereda ya no estaba. En su lugar había puros árboles y maleza, todo igual, como si nunca hubiera pasado por ahí. El corazón se me aceleró con fuerza. Saqué mi celular para ver el mapa, pero no tenía señal. Ni una sola rayita. La pantalla solo decía "Sin servicio".
Fue entonces cuando los vi. No fue claro, más bien como sombras que se movían entre los árboles. Pequeños, rápidos, como niños, pero no eran niños. Tenían algo que no era humano. Se asomaban y se escondían, y las risas no paraban. Sentí un miedo que nunca antes había sentido. Corrí. Corrí sin saber a dónde, solo quería huir de esas risas.
En mi desesperación, tropecé con una raíz. Caí de bruces y, al levantar la vista, vi a uno. Estaba ahí, parado, a unos pocos metros de mí, en un pequeño claro. Se quedó inmóvil, observándome. Era del tamaño de un niño de unos cinco años, pero su piel era como corteza de árbol, y sus ojos… sus ojos eran completamente negros, profundos, como si no tuvieran fondo. Lo que me heló la sangre por completo fue que sus pies estaban al revés. Sí, al revés, con los talones hacia adelante. Y su cara… era la de un niño, pero deforme. Como si la hubieran estirado y arrugado a la vez, con una sonrisa que no era de alegría, sino de pura maldad. Me quedé paralizado, sin poder gritar, sin poder moverme. El chaneque me miraba con esa cara horrible y esas patas al revés, y entonces soltó una risa. Una risa que se me metió hasta los huesos.
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