02/08/2025
Bukele entierra la democracia en El Salvador bajo la coartada del “poder del pueblo”
✍️ Xan Pereira
👉 El autoritarismo se viste de reforma constitucional y convierte el mandato presidencial en un cheque en blanco
EL SALTO DEFINITIVO DEL AUTORITARISMO
El Salvador ha dado un paso más hacia el abismo político. La Asamblea Legislativa, dominada por el partido oficialista Nuevas Ideas y sus aliados, ha aprobado con 57 votos de 60 posibles una reforma constitucional que permite la reelección indefinida de Nayib Bukele y extiende el mandato presidencial de cinco a seis años. El autodenominado “presidente más cool del mundo” se quita la máscara y consagra por ley lo que ya ejercía de facto: un poder sin contrapesos, un Estado rendido a su figura.
Los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Constitución han sido mutilados en una operación relámpago, sin debate público, sin consulta ciudadana y bajo la lógica del rodillo parlamentario. La diputada oficialista Ana Figueroa lo dijo sin rubor: “Lo importante es darle el poder total al pueblo”. Traducido: concentrar el poder en un hombre que se presenta como encarnación del pueblo y que no tolera límites a su mandato. El argumento es el de todos los autócratas: el voto como patente de corso, la popularidad como carta blanca para vaciar la democracia de contenido.
El paquete de reformas incluye otro golpe al sistema: la eliminación de la segunda vuelta electoral. A partir de ahora, el candidato con más votos, aunque sea con un 20%, se proclama ganador. El juego electoral deja de ser democrático para convertirse en un plebiscito permanente, diseñado a medida de un líder que controla medios, instituciones y calles bajo régimen de excepción desde marzo de 2022.
EL FUNERAL DE LA DEMOCRACIA SALVADOREÑA
La diputada opositora Marcela Villatoro lo dijo en el pleno: “Hoy ha mu**to la democracia en El Salvador”. Y no exageraba. Desde que Bukele llegó al poder en 2019, ha ido minando cada uno de los pilares democráticos: destituyó a jueces de la Sala Constitucional, cooptó la Fiscalía, militarizó la política y gobierna desde hace más de dos años bajo un régimen de excepción renovado mes a mes, con miles de detenciones arbitrarias, denuncias de torturas y ejecuciones extrajudiciales documentadas por Human Rights Watch y Amnistía Internacional. La última estocada era constitucional, y ya la ha dado.
El calendario electoral también se ajustará a su conveniencia: podría adelantar los comicios a 2027, reescribiendo el tiempo político para encadenar mandatos y sofocar cualquier oposición real. Su propia frase de junio pasado retumba ahora con crudeza: “Democracia, institucionalidad, transparencia, Derechos Humanos, Estado de derecho, suenan bien, pero son términos que solo se usan para tenernos sometidos”. Bukele no disimula. Se ríe del lenguaje democrático mientras lo sepulta en su país.
Lo que ocurre en El Salvador no es una anomalía aislada. Es un manual de cómo las democracias se desmontan desde dentro, con mayorías absolutas que destrozan la Constitución y aplaudidores en redes que confunden carisma con libertad. Como ya ocurrió con Fujimori en Perú, Ortega en Nicaragua o Chávez y Maduro en Venezuela, la democracia muere cuando la concentración de poder se disfraza de voluntad popular y no quedan instituciones capaces de frenar el delirio de un hombre que cree que el Estado es suyo.
No hay reforma más peligrosa que aquella que promete “poder al pueblo” mientras lo desarma de todo mecanismo para defenderse del poder.