07/10/2025
El Reino Perdido en la Cima: Una Crónica del Teleférico de San Jacinto.
Cierra los ojos un momento e intenta recordar. Siente el viento fresco que siempre soplaba en la cima, el olor a pino mezclado con el azúcar de las golosinas, y ese inconfundible sonido metálico y rítmico de las góndolas ascendiendo lentamente por el cable. Así olía y sonaba la felicidad para miles de salvadoreños.
El 4 de noviembre de 1977 no fue un día cualquiera. Fue el día en que la fantasía se hizo tangible en el Cerro San Jacinto. Inspirado en el poema "Ascensión" de Alfredo Espino, el empresario Antonio Bonilla y su esposa Yolanda crearon un lugar que honraba la belleza de la naturaleza y la inocencia de los sueños: "El Reino del Pájaro y la Nube".
El Viaje al Cielo y la Alegría.
La verdadera magia no estaba solo en el parque, sino en el trayecto para llegar a él. La estación de La Floresta era la puerta de entrada a otro mundo. Al subir a esas pequeñas cabinas suspendidas en el aire, se iniciaba una peregrinación hacia la alegría.
Colgados entre el cielo y la tierra, mirábamos hacia abajo, sintiendo una mezcla de nerviosismo y asombro. La ciudad de San Salvador se extendía a nuestros pies, un mapa vivo que se encogía con la distancia. El ascenso era un momento de tregua, donde las preocupaciones de la vida cotidiana se desvanecían entre los pinos. Allí arriba, en la cima, esperaban veinte manzanas de pura fantasía:
• Los Kioscos Suizos: Con sus techos puntiagudos, parecían casitas de un cuento de hadas, donde se vendían recuerdos y el sabor dulce de los helados y minutas.
• Atracciones Míticas: El rugido del Pulpo, la emoción del Carrusel, la adrenalina de los Carros Chocones y el tierno traqueteo del Tren que recorría todo el parque.
• Los Anfitriones: El Ratón Chito Pérez, el Conejo y Ala Perica, que daban la bienvenida con su alegría desbordante.
El Teleférico fue nuestro Disneylandia, un símbolo de modernidad y prosperidad que nos llenaba de orgullo centroamericano. Era el lugar de los primeros besos, de las fotos familiares en domingo, de las excursiones escolares que esperábamos todo el año.
La Sombra de la Historia y el Descenso.
Pero El Salvador, nuestro país de volcanes y sueños, no es ajeno a las tormentas. El Teleférico, ese faro de felicidad, no pudo escapar a la crudeza de la historia.
El primer golpe vino con el terremoto de 1986 y la escalada del conflicto armado. En un país envuelto en la guerra, el parque era un respiro, un acto de resistencia a la tristeza, y por un tiempo siguió latiendo, regalando sonrisas incluso en la adversidad. Sin embargo, en 1989, las puertas se cerraron por primera vez.
Hubo un breve y glorioso regreso en 1996, como un ave fénix que quería volar de nuevo, pero la alegría duró poco. Los terremotos de 2001 fueron la estocada final. Daños estructurales, la imposibilidad de cumplir con los pagos de crédito y la inseguridad creciente en sus alrededores forzaron el cierre definitivo.
Silencio y Nostalgia
Hoy, el "Reino del Pájaro y la Nube" yace en el silencio. Las góndolas ya no se balancean con el viento. Las estructuras, antes vibrantes de color, son hoy ruinas invadidas por la maleza, testigos melancólicos de su pasado. El lugar ha sido saqueado, y solo queda la silueta de los kioscos abandonados y la maquinaria oxidada.
Lo que queda no es un montón de escombros, sino un gigantesco relicario en el alma colectiva de los salvadoreños.
Cada vez que miramos hacia el Cerro San Jacinto, sentimos un n**o en la garganta. No solo extrañamos un parque de diversiones; extrañamos una época: los años dorados donde las familias se reunían sin miedo, donde la promesa del futuro se elevaba con cada cabina que subía a la montaña.
El Teleférico de San Jacinto es más que un recuerdo. Es el testimonio de la capacidad salvadoreña para crear magia, y la punzante nostalgia de que esa magia, como un pájaro que alza el vuelo por última vez, se fue. Y aunque la góndola ya no nos lleve a la cima, el viaje de ida y vuelta a aquel reino permanece intacto en el corazón.
Por Crónicas KF Digital.